domingo, 3 de febrero de 2013

Cuando la verdad se abre paso y se aleja...

IV Domingo Ordinario
Lc 4, 21-30

La narración de Lucas del evangelio de hoy, que toma como punto de partida el relato del pasado domingo, ha logrado tomar una fotografía a esa extraña contradicción que somos los seres humanos; como si se tratara de un péndulo, la vida de Jesús toca en el hombre el extremo de la admiración y en ese movimiento pendular también logra tocar el otro extremo: el rechazo. Por eso Lucas, narra que tras las palabras de Jesús en la sinagoga  «todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios» (Lc 4, 22) y termina diciendo que: «al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio de la montaña [...] para despeñarlo» (Lc 4, 28-29). Como se ve, hay una distancia de 6  versículos entre la "admiración" (versículo 22) y la "ira" (versículo 28). ¿Qué ha podido suceder en esos 6 versículos, para que el hombre se haya pasado -tan rápido y diligente- de la admiración a la ira? No serán tanto las palabras de Jesús en sí mismas -en realidad Jesús no ha dicho nada en esos 6 versículos que los profetas hayan dicho o hecho ya, por eso hablará de Elías y de Eliseo- sino  desde dónde se escucha a Jesús. 

Al parecer esa admiración en Jesús de parte de sus paisanos, esta fundada sobre un  "circo-espectáculo"; se admiran de los prodigios que ha realizado en Cafarnaúm (Lc 4, 23) y quisieran, desde luego, ver que Jesús realice alguno en medio de ellos. Es muy cómodo ser parte de una religión que resuelve nuestros asuntos de una manera mágica e instantánea. Si hay culpabilidad, por ejemplo, el sacramento de la Penitencia resuelve el problema de una manera sencilla: basta con que el sacerdote pronuncie la fórmula mágica de la absolución  y ¡listo! Naturalmente, la dinámica sacramental es mucho más profunda que esto. Pero de alguna manera u otra, allá en el fondo el hombre de religión suele -en ocasiones- reducirla. Y si es que la vida de Jesús supone un no resolver el mundo de una manera mágica, sino más bien desde un compromiso histórico del hombre especialmente por las viudas de Sarepta y los Naamanes de Siria -es decir, los excluídos no sólo del sistema, sino de la religión-, entonces esto supone un conflicto, una desinstalación, un aprender a mirar el mundo de otra manera, una experiencia creyente más radical. 

Por eso la reacción ha sido la "ira". Un Dios que desinstala es peligroso. Un enviado de Dios que no se dedica a "alabar" nuestra manera de vivir la religión cuando ésta es vivida sin tomar en cuenta los verdaderos intereses de Dios, no puede ser un profeta en su propia tierra. Lucas además menciona que no sólo se llenaron de ira, sino que lo llevaron a lo alto de una montaña para despeñarlo. Curiosa manera de actuar. No lo apedrean, sino que lo van empujando hasta lograr que él mismo sea el que se aviente. No pueden, en rigor hacer más, como apedrearlo por ejemplo,  puesto que es sábado y Jesús, consciente de que estos hombres están como esclavos de una religión y de los preceptos del sábado, pasa por enmedio de ellos y se aleja (Lc 4, 30) 

¿Y nosotros, de qué manera nos empujamos unos a otros hasta lograr que "sean ellos y no nosotros" los responsables de excluir? 

Mientras se opte por esa mentira que puede ser una religión de magia, la verdad incómoda no tiene lugar. Por eso, la verdad «se abre paso» entre la mentira y se aleja -como Jesús lo hace-, no para dejarnos en la mentira, sino precisamente para captar que hemos de seguirla, de buscarla constantemente. Jesús y su anhelo-realización del Reino de Dios, se abre paso y se aleja no para dejarnos, sino para que aprendamos a seguirlo, a caminar tras de sus «huellas»

Jesús es llevado "a los bordes" de la religión judía para deshacerse de él. Nuestro sistema también lleva "a los bordes" a esa gente incómoda que pueden llegar a ser los profetas. Y es "desde los bordes" desde donde Jesús actúa y hace presente a ese Padre que ama desmesuradamente, incomprensiblemente, a ese hombre que lleva ya buen rato viviendo en la periferia del sistema -y de la religión-. 

¡Vayamos a «los bordes», siguiendo las huellas de Jesús!





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