3 de Marzo
Lc 13, 6-9
Nuestra existencia se hace humana en la medida en que podemos establecer
relaciones con otros; relaciones de calidad, relaciones significativas.
Relaciones que quizá no se planeen, sino que simplemente se dan, simplemente
"suceden".
Ciertamente,
podríamos pasar de largo, sin caer en la cuenta, cuando alguien entra en
nuestra vida. Y, al no caer en la cuenta de la importancia de ese alguien –por desconocido o extraño que pudiese resultar al
principio– impedimos que algo pueda
"suceder".
¿Y ese alguien fuese un extraño viñador? O mejor, ¿un extraño viñador con apariencia de un "Don Nadie"?
La propuesta de Jesús, es una invitación a poner las condiciones
necesarias para que algo pueda suceder: mantener la mirada atenta al que, de alguna manera, nos pide existir, nos pide un lugar, puesto que ha sido exlcuído. Aflojar el blindaje que inconscientemente hemos desarrollado para no sentir más el dolor del otro –bastante tendríamos con nuestros propios asuntos–, mirar a la higuera estéril con la misma mirada con la que un extraño viñador la ha mirado (hablamos de un "extraño", porque su propuesta es "extraña", ajena a lo que podríamos estar acostumbrados): desde las entrañas conmovidas al verla como muerta en vida, sin poder ser ella misma –una higuera si no es higuera (si no da higos) ¿qué es?–
“Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar
higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Mira, durante tres años
seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado.
Córtala. ¿Para qué ocupa tierra inútilmente?’ El viñador le contestó: ‘Señor,
déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle
abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré’” (Lc 13, 6-9)
¿Qué es exactamente lo que pudiera "suceder"? ¿Sólo una relación más?
La cultura del consumo, nos acostumbró a desplazar proyectos:
«Amar a las personas y usar a las cosas» es constantemente desplazado por el
«Amar a las cosas y usar a las personas». Para algunos, revertir este
desplazamiento es una lucha constante y contracultural. Para otros, el asunto
no termina ahí, sino que además, fruto
de este desplazamiento, nos acostumbramos a valorar
nuestras relaciones por la utilidad que ellas nos representan. Una relación
es de calidad cuando esto implica una utilidad para mí. Una relación no es
significativa cuando ella no me representa ninguna ganancia. Y, al no
representar una utilidad, la cultura del consumo nos invita al desecho, a
reemplazarla por una nueva. En palabras del Evangelio, a “cortarla, para que no
ocupe la tierra inútilmente”.
Sin embargo, alguien –ese
misterioso viñador– ha propuesto una
solución que rompe esquemas, paradigmas: Cortarla no es la primera opción
porque ¡otra relación es posible! Cuando la dinámica consumista nos invita a
una lógica consumista, este viñador propone una nueva lógica: la de poner lo
que esté a nuestro alcance para dejar que algo, simplemente, suceda.
La propuesta de Jesús no funciona de una manera mágica; el viñador
no habla de resolver las cosas de una manera instantánea, sino de un trabajo
concreto: aflojar la tierra y echarle
abono. No se trata pues, de aferrarse a una relación destructiva esperando
que Dios la resuelva, sino precisamente, a devolverle su calidad –si alguna vez
la tuvo– o a dársela por primera vez, poniendo las condiciones necesarias para
que algo pueda suceder. El viñador parece haberse tomado en serio el dedicarle tiempo y esfuerzo a la higuera, pero si
la higuera no responde, entonces será necesario cerrar un círculo, no como
quien desecha desde el consumismo, sino como quien hizo todo lo posible, como quien asumió el riesgo de dejar de vivir relaciones muertas en vida, como esa higuera
estéril.
Por eso, el relato del evangelio no nos explica si la higuera dio frutos después de aflojar la tierra y echarle abono. Ni siquiera nos dice si el dueño de la viña accedió a la petición del viñador. Quizá eso es lo más grandioso del relato: es a nosotros a quienes nos toca concluirlo –darlo por terminado sin que nada más suceda– o continuarlo, aceptar una propuesta, dejar que suceda algo.
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