domingo, 20 de septiembre de 2015

El abrazo solidario, centro de la espiritualidad

XXV Domingo Ordinario 
Mc 9, 30-37 
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se entera se, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.» Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutían por el camino?»
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»
Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»

Ante el tema de discusión entre los discípulos (establecer quién es el más importante), la reacción de Jesús es interesante: plantear una pregunta. No es la primera vez que Jesús utiliza una pregunta para develar el sentido último[1], pero en este relato la misma pregunta cobra una fuerza tal que los discípulos, ante ella, no la pueden responder. Una humanidad como la de Jesús, si realmente es una “buena noticia”, necesariamente provoca preguntas que quizá en un primer momento no sepamos responder. La pregunta de Jesús es lanzada para desencadenar nuevas preguntas: ¿De qué vamos discutiendo por el camino? ¿Qué es lo importante? ¿Nuestras palabras de qué están llenas? ¿Qué fuerza las impulsa? ¿Qué sucede dentro de nosotros cuando las pronunciamos? ¿Cuál es el centro de la espiritualidad? 

Para los discípulos de hoy, la misma pregunta desarmar nuestras pretensiones de absolutización. Quizá la pregunta nos pueda sorprender justo cuando vamos por el camino discutiendo cuál fe es la más importante, qué religión, qué Iglesia… ojalá la pregunta realmente nos desarme, nos desestabilice, ponga en juego dónde radica no sólo la primacía, sino la centralidad[2] de toda espiritualidad del discípulo: en el abrazo solidario al que no es tomado en cuenta. El que el Hijo del hombre sea entregado, muerto y resucitado, es el mayor abrazo solidario de Dios a la humanidad. El gesto de abrazar, es el gesto de la acogida y de la hospitalidad. Es aquel gesto que incluye, que consuela, que rompe lógicas creadoras de víctimas. 







[1] ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones? (Lc 10, 30). ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra?  (Lc 12, 51) por mencionar sólo algunas.
[2] El texto de Mc nos dice que puso al niño en medio de ellos y lo abrazó.