lunes, 8 de julio de 2019

Curar la vida


XIV Domingo del Tiempo Ordinario


Pónganse en camino, sin dinero, sin morral, sin sandalias, sin detenerse... (Lc 10, 3-4) 

Siempre nos desinstalas, Jesús, porque no supiste nunca estar encerrado en un templo, esperando que las cosas sucedieran, planeando y organizando estrategias pastorales.

Lo tuyo era andar de camino, siempre. Bordeando las ciudades, peregrino del Padre, recorriendo aldeas y veredas.

Desprovisto de seguridades externas: solo un amor ardiente en el corazón y los ojos abiertos a toda miseria humana.

Tu estilo asusta. No sabemos ser misioneros a tu modo. Creemos que el éxito de la misión se define por nuestros apegos. Y entonces tú nos desinstalas y nos envías a curar enfermos, a anunciar que el Reino del Padre está cerca, está próximo, está aconteciendo.

De dos en dos, nunca solos. Algunos tramos en silencio pero acompañados. De dos en dos para dejar un espacio para ti. Sin dinero, sin morral, sin detenernos. Vacíos de expectativas, abiertos al camino y a encontrarte en nuestras conversaciones y en nuestras propias heridas.

Nos envías para sanarnos de esa enfermedad de permanecer encerrados en nuestros miedos y en nuestras tristezas, encadenados a rencores viejos. Nos envías como corderos en medio de lobos. Nos envías para curar nuestra vida. Nos envías para curar la vida.

Curar heridas, curar la vida, expulsar demonios. Cuando dijiste "La cosecha es mucha y los trabajadores pocos", no buscabas expandir tu negocio, sino curar toda la vida. Curar nuestras soledades, sanar nuestros miedos insanos para hacerlos funcionales. Curar la vida, hacer lo que tú hiciste siempre.


domingo, 20 de enero de 2019

Sin signos, no hay significado


II Domingo del Tiempo Ordinario

20 de enero de 2019


La boda en Caná (Jn 4, 1-11) ¡Texto del evangelio aquí!

"Esto que hizo Jesús en Caná de Galilea fue el primero de sus signos" (Jn 4, 11) 
Me gusta que Juan utilice la palabra "signo" y no "milagro". Quizá la segunda apunta mas hacia a una mentalidad mágica, mientras que la primera me invita a descubrirme como significante necesitado de signos para acceder al significado. 

El texto de Jn tiene muchos personajes: el testigo que narra, María, los novios, Jesús, el mayordomo, los sirvientes... Colocados en la perspectiva de cada uno de ellos, uno puede adentrarse en el relato y descubrir una buena noticia. 

Como ex alumno y colaborador Marista, este texto me hace ver a María de Nazaret en una faceta no acostumbrada: María que se salta las trancas, que parece decirle a Jesús, como una madre a la mexicana: "No me importa si no ha llegado tu hora, has de mirar que en esta boda la alegría se acabó... por que lo digo yo, que soy tu madre". La Señora de Nazaret, sencilla y discreta, aleccionando al Hijo, desarmando la teología del cuarto evangelista, indicándole que la hora ya llegó... Miro a María y la siento mi Buena Madre al evidenciar ante Jesús nuestras fiestas sin la alegría "mejor". Aunque sin imponerse -aquí ya no sería la madre a la mexicana- y sin aventar la chancla, sino simplemente señalar: "Hagan lo que él les diga". El mayor imperativo marista que alguien haya podido darnos. 

Juan habla de siete signos en su evangelio, y éste es el primero de ellos. Y pienso en una vida sin signos, en una existencia plana, rutinaria y monótona. Como ir en la carretera y pasar un largo tramo sin signos, sin saber cuánto falta para la gasolinera o para el próximo poblado. Sin saber en qué kilómetro voy para pedir ayuda si fuese necesario. Una vida sin signos y por lo tanto, de vacía de significado. 

El primero de los signos: aunque este ciclo C de la liturgia está tomado en su mayoría del texto de Lucas, descubro en este texto de Juan la buena noticia de que Jesús inicia su recorrido -litúrgicamente hablando- colocando signos en la carretera de la vida. Que están ahí para ayudarnos a acceder al significado profundo de la existencia. Para ponernos en camino (precisamente es Lucas quien presenta a Jesús "en camino"). 


lunes, 14 de enero de 2019

En el río, no en el templo..

Domingo 13 de enero de 2019
Bautismo del Señor 

Lc 3, 15-16. 21-22

Me gusta la imagen de Jesús dejándose bautizar por Juan, el profeta del desierto. Sobre todo por lo que entraña esa extraña decisión, que aparece narrada en los cuatro evangelios: un Dios que se ha tomado en serio el asunto de ser hombre.

"El pueblo estaba expectante..." Me imagino a Jesús compartiendo esa expectativa, como parte del pueblo. Y gracias a ella -y precisamente por ella- se aleja de Nazaret y va en busca del profeta del desierto. Lucas no nos narra cómo ni por qué llega Jesús hasta Juan, el que bautiza. Simplemente nos lo presenta como uno más del pueblo, compartiendo su expectativa. Este Jesús me fascina; movido por un anhelo, busca, se pone en camino.

Y tras de él vamos también nosotros. Movidos por un anhelo de algo más. Inquietos por que no nos resignamos a que la vida sea solo la dominación de Roma o de Herodes, de los nuevos imperios y de los nuevos tiranos. Creemos que hay algo más; y esa intuición nos mueve, y nos ponemos en camino.

Acompañando grupos de jóvenes, me doy cuenta que la Iglesia ya no resulta para muchos de ellos un espacio dónde buscar. Parece que el cielo está cerrado y no hay acceso a él. Sin embargo, el anhelo de algo más sigue intacto. Lo percibo entre lineas en sus comentarios en clase, en lo que comparten, en sus tweets y en sus memes. Y entonces contemplo a Jesús, fuera del recinto religioso, fuera del templo, buscando en un río las palabras de fuego del profeta del desierto.

Y ahí, en ese espacio no religioso, a donde su búsqueda le ha llevado, tras ser bautizado, el anhelo encuentra tierra donde echar raíz: "Tú eres mi hijo; yo hoy te he engendrado". La forma de narrarlo de Lucas me hace click: "el cielo se abrió" ... ¡fuera del recinto religioso! El Bautismo de Jesús no es el templo, sino en un río. Y cuando el cielo se abre es para revelarnos -o recordarnos- identidad: la vida es algo más que ser dominados por el tirano. La vida es ser -y vivir como- hijos.