El Bautismo del Señor
Domingo 10 de Enero de 2016
El pueblo estaba a la expectativa… (Lc 3, 15)
Lucas nos habla
de un pueblo que está en espera, a la expectativa de “algo”. Hoy cabría hacer
nuestra la pregunta: Nosotros, ¿en espera
de qué estamos? ¿Qué nos es posible esperar? Me pregunto si vale la pena cuestionarnos
esto, justo en una sociedad que ya se está cansando (si no es que ya se cansó)
de esperar respuestas del Cielo a los problemas de la tierra. Respuestas que,
aparentemente, no llegan de ninguna parte[1].
Quizá le preguntamos al cielo lo que debemos preguntarle a los hombres y quizá
también esperamos de los hombres lo que solo el cielo nos puede dar.
Jamás la historia sin esperanza y jamás la esperanza sin
historia (Rubem Alves). Es decir, la fe cristiana, si algo puede decirnos
en esta espera desesperada, es que la historia que vamos construyendo no puede
olvidarse de contagiar esperanza. No solo un optimismo ciego, sino una lectura
diferente, que abra la historia a la acción liberadora del Dios de Jesús. Y por
ello, la esperanza no solo como un ideal, sino como una experiencia que va
escribiendo una historia diferente.
El cielo se abrió… (Lc 3,
21)
El mismo
capítulo 3 de Lucas, presenta en labios del pueblo una pregunta interesante: “¿Qué
debemos hacer?” (Lc 3, 10). Si la pregunta ha brotado así, es porque hay una
cierta conciencia de que algo va mal y hemos de revertirlo. Me parece que esta
es la esperanza asomándose a la historia a través de nuestras propias
búsquedas.
Jesús, que
también anda en la búsqueda, se forma para recibir el bautismo de Juan, como uno más. Me gusta imaginar a Jesús formado
en esta fila de personas en búsqueda, movidos por una expectativa, no conformes
con la situación actual, queriendo descubrir que hay algo más. Y entonces el cielo
se abrió, no para ofrecer respuestas, sino para dibujar un horizonte que le
da un giro radical a la búsqueda: “Tú eres mi hijo muy amado, en quien tengo
puesta toda mi predilección”
El bautismo nos
recuerda que, cuando el cielo se abre,
el ser humano se encuentra ante una experiencia fundamental: la de sabernos hijos en el Hijo del Padre, hermanos de todos. El cielo se abre para depositar su confianza en nosotros
–tengo puesta en ti toda mi predilección–.
Experiencia que es como el banderazo de salida, para emprender el camino de la fraternidad y de la justicia.
[1] Los obispos latinoamericanos dijeron, en Medellín (1968) que «un
sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una
liberación que no les llega de ninguna
parte» (Capítulo XIV “La pobreza de la Iglesia)