Mc 1, 29-39
La campaña publicitaria de Sears México «Lo quiero, lo
compro, lo tengo» sintetiza el deseo de poseer como un punto de inicio de una
historia. Como si se tratase de una fórmula a seguir (a + b = c) –en estos
tiempos es más fácil buscar fórmulas prácticas que caminos por descubrir– este
moto publicitario pone en marcha una historia; una buena frase es capaz de
iniciar historias… O como si se tratase
de un razonamiento: lo quiero, (porque puedo quererlo), luego lo compro (porque
puedo comprarlo), luego lo tengo (porque puedo tenerlo) y su común denominador:
el “puedo”.
La historia se escribe, desde el deseo del “poseer”.
Una historia escrita desde los no-límites. La falta de establecer límites a las
ganancias (las ausencias también inician historias), garantiza la continuidad
de un sistema generador de víctimas.
Las lecturas de este domingo, tienen que ver con otra
historia posible. No es el deseo del poseer -a costa de las consecuencias de la realización
de ese deseo-, sino el sufrimiento del hombre el que vertebra la trama: «Como un
esclavo que suspira por la sombra, como un asalariado que espera su jornal, así
me han tocado en herencia meses vacíos, me han sido asignadas noches de dolor»
(Primera lectura). Por eso, para el
israelita, Dios (quizá solo puede ser Dios porque) es el que «sana a los que
están afligidos y les venda las heridas» (Salmo responsorial). Y Pablo, desde
una vida irrumpida por el Dios humanizado, «siendo libre, se hace esclavo,
débil con los débiles, todo para todos» (Segunda lectura)
Marcos presenta a Jesús curando, iniciando una historia
nueva (¡es el capítulo 1 del evangelio!) Curar, para Jesús, no es una
manifestación de poder, sino una toma de postura frente a una realidad
concretísima y por tanto, una relación con el otro. Si Dios entra a la
historia, o lo hace curando o no fue Dios quien se metió a la historia.