II Domingo de Pascua
8 de Abril
Jn 20, 19-31
Los evangelios, escritos en circunstancias
muy diversas a las de un historiador actual, narran unos relatos –empapados de
trascendencia– acerca del encuentro de Jesús y sus discípulos después de la
Resurrección. Son narraciones que invitan no sólo al dato histórico,
anecdótico, sino que entrañan el cómo se puede aprender a “re-conocer” a Jesús
vivo.
El pasaje del Evangelio que corresponde al
II Domingo de Pascua, no es la excepción. Y ante esto, conviene plantear: ¿y no
sería más verosímil que el evangelista nos hubiera narrado lo que pasó en
realidad? ¿Para qué adornar la experiencia con elementos místicos,
sobrenaturales, “in-creíbles”? Por ejemplo, el que Jesús se aparezca de la nada…
Un par de aclaraciones que pueden
ayudarnos: resucitar no es revivir, no es la reanimación de un cadáver, no es
volver a la vida anterior, sujeta a lo finito del ser: hambre, frío, dudas… Por
lo tanto, y sería la segunda aclaración, resucitar es dar el paso de lo finito
a lo infinito (Pascua que significa “paso”), es el salto hacia la plenitud de
la humanidad. Los apóstoles son testigos no del salto en sí –no hay testigos
oculares en la Resurrección de Jesús– sino de las consecuencias del salto. Son
testigos de un encuentro con alguien que ha dado el salto definitivo.
Ahora bien, Jesús Resucitado es la plenitud
del hombre, donde la muerte –y todas las situaciones de muerte– ya no tiene
dominio sobre él. El evangelista, además, habla de apariciones, pero tiene la
sutileza de explicar que no se trata de un «fantasma»; una aparición supone ver
de repente y luego dejar de ver. En su lenguaje, a su modo, el evangelista nos
propone que a Jesús lo vemos de repente, por donde no creíamos que podíamos verlo,
en quien no creíamos que podíamos verlo.
Pero aquí reside una paradoja: si la muerte
ya no tiene dominio sobre él, ¿por qué entonces presenta como sus credenciales
de Resucitado sus heridas? “Les mostró las manos y el costado”. Esta es otra de
las sutilezas de los evangelios: A Jesús puede reconocérsele vivo en las manos
heridas, en el costado traspasado. A Jesús se le reconoce en el dolor, en la
herida, en los estragos de la cruz. Y con ello nos recuerda algo que constantemente
se nos olvida: la Cruz es condición para la Resurrección. Una Resurrección sin
Cruz, no es la Resurrección de Jesús. La Cruz no sólo habla del dolor
sangriento, habla, ante todo, de la solidaridad de Jesús para compartir con el
hombre su muerte: compartir no sólo la muerte del bueno, sino la muerte del criminal, del
subversivo, del condenado. La plenitud (resurrección) sólo puede darse cuando
el hombre puede solidarizarse (cruz) con el dolor del otro, cuando su propio
dolor puede convertirse caudal para otros, no en el sentido de andar embarrando
dolor por donde pasemos, sino en el sentido de dejar que en esa herida pueda
darse un Encuentro.
En la película "Cómo entrenar a tu dragón" esto queda muy marcado; al final, cuando Hipo pierde su pierna izquierda, se le coloca una prótesis hecha de tal forma que pueda engranar con la prótesis que él mismo hizo para Chimuelo. Antes de que Hipo perdiera su pierna, se dio un proceso de preparación para la solidaridad: cuando le preguntan porqué no mató al dragón, su respuesta habla de ese proceso: «Lo vi igual de asustado que yo». Sin embargo, la solidaridad se consuma hasta que Hipo realmente pierde su pierna (cruz)
Ahora, sólo desde las heridas compartidas se puede volar... (plenitud-resurrección)
La propuesta de la resurrección no es sólo
un premio, es un sentido, es un rumbo. Si hay dolor, ya no es sólo porque así tiene que ser, sino porque tiene un
sentido, un fin: la herida, como terreno para el encuentro.
Esto es lo que al parecer Tomás, uno de los
doce apóstoles, no puede entender. Tomás no cree que Jesús está vivo, porque no
estaba cuando Jesús se apareció. O mejor, no cree porque hay algo en él que le
impide estar disponible al Encuentro. El evangelista expresa esto al decir que
«no estaba con ellos cuando vino Jesús». O parafraseando las palabras de Jesús,
«estando, no estaba»
Que la herida del otro no nos pille
estando, pero no estando.