sábado, 15 de marzo de 2014

Transfiguración: entre Rebelarse y Revelarse

El texto de la transfiguración, en la versión de Mateo, está enmarcado entre al menos dos importantes situaciones-escenas: el primer anuncio de la pasión, con su consecuente llamada radical al seguimiento, y el segundo anuncio de la pasión, antecedido por una crítica a la incapacidad de reconocer los signos de Dios –en este caso, la llegada de "Elías" en la figura de Juan el Bautista y la poca fe para liberar a un oprimido por una fuerza del mal.
La llamada al seguimiento es radical: "el que quiera salvar su vida, la perderá, pero quien la pierda por mí, la encontrará". La pasión no es destino trágico, en todo caso, se trata de una conciencia clara sobre las implicaciones del Reino: conflicto con los poderes fácticos, e incluso con la visión de la comunidad misma (reprensión de Pedro a Jesús, como quien dice "si tu vienes de Dios, ni conflictos ni sufrimiento ni derrota ¡Dios no puede tener que ver con eso!" ¿Acaso una posible crítica a ciertos pacifismos radicales que pretenden excluir o eliminar toda manifestación de violencia y conflicto?). Nuevamente, la pasión –en tanto que conflicto, y que puede conducir a una muerte violenta– no es destino, es parte de las implicaciones del Reino en tanto que "ruptura con el orden injusto imperante". Esta es la rebelión. En esta rebelión ("rebelación") de Jesús se revela el Reino.
La incapacidad para reconocer a "Dios", o mejor, sus signos, tiene que ver con que en el Reino anunciado por Jesús, Dios se "rebela" contra las imágenes que hacen de él un cómplice con la injusticia, la opresión, y la mentira. Una "revelación" de Dios que incapacita para acoger el Reino, o en concreto, para liberar –y ciertas formas de "espiritualidad" contemporáneas, aunque prometen y explícitamente hablan de liberar, se muestran muy cortas en su potencial de liberación efectiva, "mucha armonía, poca justicia"– es autoengaño, alienación... o cinismo. La fe no es "poder" a secas, sino poder de liberación. Pero esta liberación no tiene la forma del sujeto occidental, autoliberado, sin creencias, y ansioso por dejar salir cuanto le de la gana. La liberación pasa por un compromiso serio con otros, con la creación de un mundo posible, y con los conflictos que esto implica y acarreará. La revelación de Dios, el Reino, se rebela en Jesús.  
De este modo, en la transfiguración se ve la puesta entre paréntesis tanto de la Ley como de los Profetas (Moisés y Elías), que eran los principales referentes de la fe judía. El imperativo de "Escucha Israel" pasa a ser "escuchen a mi hijo (Jesús)". En otros términos, se trata de seguimiento. La vida de Jesús aparece como la nueva Ley, en la cual se plasma y encarna la Nueva Alianza. No ley en términos de obediencia sino de expresión que permite reconocer, es decir, como código que al ser praxis permite reconocer el Reino, al Dios de Jesús. Lo que está en cuestión en la transfiguración no es el poder de Dios, ni la divinidad de Jesús, sino de qué Dios se trata, y qué significa –y verifica– seguir a Jesús. En la revelación de Jesús como el hijo amado de Dios, Dios se rebela al "mundo" –orden injusto. En la rebelión –"rebelación"– de Dios que rompe con cualquier complicidad con la injusticia que vuelve su amor en mero anestésico y manipulación, Jesús se revela al "mundo".
Los tres testigos, conforme a la tradición judía no sólo certifican esto, sino que además, al ser tocados para ser puestos en pie "sin miedo" –el verbo griego utilizado tiene cierta connotación intensiva del tocar: tocar que enciende– se vuelven parte de esta revelación/rebelión.
Una rebelión que no revela los mecanismos de opresión y complicidades ni abre una posibilidad de un nuevo mundo, en especial para los "inexistentes" de nuestra sociedad, no es rebelión digna de seguirse.
Una revelación que no implica una puesta en juego de sí mismo, una ruptura que haga posible otro modo de vivir en la justicia y el amor, y especialmente que no lleve a una efectiva puesta en pie de los que están tirados por miedo o por devoción, no es revelación digna de creerse.
En Jesús, no se puede acoger la revelación de Dios sin rebelarse, ni es posible una rebelión sin revelarse -exponerse, ponerse en juego.

sábado, 8 de marzo de 2014

Tentaciones y capitalismo: el imperativo de pensar

Desde una perspectiva del capitalismo como religión, el siguiente clip de Zizek abre la posibilidad a una interpretación no tradicional de las tentaciones del Mesías (versión de Mateo). Tal interpretación trata de decir e interpretar nuestra situación presente desde lo expuesto por este filósofo. Algunos puntos no son presentados directamente en la exposición, sino que surgen de acoger la provocación filosófica.

-«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. »
"No sólo de pan vive el hombre, sino de toda pa­labra que sale de la boca de Dios."

1) El pan no se saca de las piedras, es decir, no se puede prescindir del proceso del trabajo, lo mismo que la Palabra no es mera receptividad, sino acontecimiento transformador que implica la respuesta humana. En este sentido, la expectativa relativa a un cambio de sistema económico o político ha de incluir la perspectiva del trabajo, por lo que toda transformación en el orden sociopolítico, de la conciencia y de las relaciones no puede darse al margen de aquél. (De ahí cierto recelo hacia anuncios semi-mesiánicos de un período de cambio de conciencia o de espiritualidad que no contemplan esta dimensión fundamental de la existencia humana (el trabajo), lo cual puede ser una perpetuación de la injusticia).

-«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Encar­gará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, pa­ra que tu pie no tropiece con las piedras. " »
-«También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios."»

2) la transformación del mundo -incluida la superación de un sistema como el neoliberalismo capitalista- implica pensar, la fatiga y riesgo de pensar, y no actos de compulsividad irreflexiva (sin rayar en la pasividad o contemplación insignificante).
Si bien una revolución podría poner fin a una hegemonía, esto no sucederá sin heridas. Asumir o no una rebeldía, revolución, protesta, que implique violencia o no, ha de ser también parte de la apuesta reflexiva -pero aún así siempre arriesgada- humana, consciente de que "toda resistencia es una ruptura con lo que es. Y toda ruptura comienza, para el que se compromete con ella, por una ruptura consigo mismo." (Badiou)

Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: -«Todo esto te daré, si te postras y me adoras.»
"Al Señor, tu Dios, adora­rás y a él solo darás culto."

3) tal vez lo más desafiante, afrontar, develar y romper el mito del valor, cuya promesa resulta no sólo atractiva sino sumamente convincente. La complejidad del valor: ¿qué es lo que confiere "valor"? ¿De dónde proviene y en qué consiste su poder? ¿Qué significa el valor? Esto es doblemente desafiante en un época en la que la pregunta por el "cuánto" es más usual y comprendida que la pregunta ir el "qué significa".

PENSAR (con ese pensamiento que es también PRAXIS) más allá del sistema económico-político actual implica pensar desde dentro de él, o más precisamente, desde los lugares que él mismo excluye, pues estos lugares (llámense cinturones de miseria, barrios marginados, migrantes, habitantes de la calle, etc) conocen "el secreto" de dicho sistema-mundo.
La perspectiva encarnada del evangelio no hace menos desafiante la realidad, sino que abre desde ese horizonte en el que parecería que nada más es posible, la posibilidad de un mundo nuevo, un mundo más allá del sacrificio.... de otros... Si el amor se limita a "enmendar" las deficiencias en los ámbitos de lo económico, lo político y lo social, en vez de producir también el pensamiento y praxis que pueden transformarlos, terminará siendo una "pasión útil", pero útil sólo para unos cuantos...

lunes, 3 de marzo de 2014

La necedad de no tener/poner precio...

Cuando un ser humano pone precio a su propia persona, en ese preciso instante pierde algo que le será prácticamente imposible recuperar. Llámese dignidad, integridad, honestidad, palabra. Una vez establecido el precio y vendido, le resulta irrecuperable.
Los textos de Is 49, 14-15 y de Mt 6, 24-34 no pretenden ser una mera inspiración de afecto o crear el efecto de amor de parte de un ser trascendente que permita colmar las carencias a través de un anestésico emotivo. Son totalmente lo contrario. El marco para comprenderlas es el de la justicia del amor.
Lo dicho, una vez vendida la propia "dignidad" –sea lo que ésta sea–, la persona no vuelve a ser considerada uno más entre los humanos. Es una pérdida simbólica, pero a la vez muy real. Lo dramático está en que no se puede hacer una lectura meramente individual. Si alguien expone su persona a tal pérdida, es un asunto de todos. La inquietud por tener lo necesario para vivir es propio de unos cuantos (millones) de seres humanos: la mayoría que dispone muy apenas de lo necesario para vivir. La inquietud de cómo hacer que todos ellos no tengan que "venderse" (humillarse, perder su dignidad, etc.) para poder tener lo indispensable y justo para vivir, atañe a toda la humanidad. Más aún, hacer imposible ese "tener que venderse" que no es sino expresión de que esa posibilidad permanece concebible y abierta. (Dicho sea de paso, ese "tener que" funciona como justificación sin aludir ni señalar responsable alguno, lo que hace doblemente tramposa la expresión. Llamarlo tragedia, en este caso, sirve para disimular la reticencia a asumir responsabilidad y a la vez descargándola sobre una fuerza más allá de lo humano ¿acaso Dios, el destino, la ley del mercado?).
Así, la oposición abierta entre el Dios de Jesús y el dinero puesta bajo la óptica del servir –aunque el verbo tiene connotaciones de subordinación– es un modo de plasmar la imperiosidad de una toma de conciencia:

1. ¿Por qué usamos el dinero? Más allá de su uso meramente instrumental (para comprar, pagar, etc.), la pregunta por el por qué se revela no sólo necesaria sino liberadora. Dicho en breve, ¿de dónde le viene su poder? ¿cómo es que pareciera imposible salir del ámbito de su dominio? La dificultad para pensar un mundo sin dinero, o por lo menos alternativas en el modo de relacionarnos que no estén mediadas económicamente o condicionadas por la lógica del capital –intercambio en el que las relaciones son superfluas o innecesarias más allá del beneficio que ofrece para negociar– ha de hacernos pensar. Y es que si sólo usamos el dinero sin pensar por qué lo usamos, terminamos por ser usados por el dinero. No somos nosotros a delimitar su poder, sino el dinero a delimitar el nuestro (poder adquisitivo, relevancia social, satisfacción vital, emocional, etc.).
La (pretendida) divinidad del dinero parece ser más evidente que la del Dios presentado por Jesús. El dinero nos mantiene a distancia de los otros, y así, evita conflictos y guerra, aunque también el dinero es ocasión y pretexto para conflictos y guerra. No obstante, pareciera que el dinero mismo pudiera resolverlos o contener en sí su solución. Sin embargo, una vez más, quienes están más marginados o excluidos del flujo del dinero viven una doble y desesperante marginación: NO HAY ALTERNATIVA. Ni el bienestante ve factible ni necesaria una alternativa, ni el marginado ve vías de salida ni trazas de mejoría… más allá de buenos deseos, los buenos deseos inspirados por la abundancia y omnipotencia del dios-dinero. ¿Por dónde iría la provocativa alternativa de Jesús?

2. ¿Confiar en el amor de Dios-Padre? Una vez más, si el texto no pretende generar una cierta actitud del tipo "ley de la atracción", un auto-anestésico emotivo, o una justificación de la situación vivida (especialmente en casos de injusticia, y por lo general cargada de culpa, elemento distintivo del capitalismo según W. Benjamin), la idea de un Dios providente no apunta tanto a la lógica del deseo-pedido-deseo-cumplido, sino a una conciencia clara de la necesidad y precariedad del ser humano. Incluso habría que ir más allá. Quienes realmente saben de la angustia del qué comer y qué vestir son los más excluidos y marginados. Aquellos para quienes la vida no es un dato obvio, nada garantizado, ni punto de partida seguro. Si alguien puede (en sentido de derecho de hacerlo) problematizar esa afirmación de la "providencia" divina, son los que infra-viven día a día (digo "infraviven" porque sobrevivir implica asumir que logran su cometido, mas eso no siempre sucede, y no obstante, la muerte no siempre les llega a pesar de ese intento fallido por sobrevivir). Se trata pues, de una toma de perspectiva muy específica: la de los más excluidos.
Por otra parte, un dios que provea individualmente sin intervención de los demás no es para nada el Dios bíblico. El Dios-con-nosotros apunta a una implicación de todos –o de la comunidad al menos– en la toma de conciencia de las necesidades de los demás. No porque se pretenda identificar a la comunidad con Dios de manera absoluta, sino porque esta comunidad al decirse en Alianza con Dios, comparte su conciencia de la necesidad humana, su preocupación por los humanos, y su acción por responder desde el amor y como justicia especialmente a los empobrecidos y excluidos. En este sentido, la conciencia no se reduce a un "saber" de la situación como está en el presente, sino que incluye y exige una apertura de posibilidad, una creación de alternativa. Se trata de una conciencia crítica, y como tal, creadora también (es decir, práctica y transformadora). Así, la invitación a confíar en el amor de Dios-Padre es una provocación a la comunidad y a la sociedad para, poniéndose en la perspectiva de los más excluidos –acto de compasión que además de tocar las fibras más íntimas del ser humano, es compasión crítica: ofrece la "verdad proveniente del sufrimiento"– ponerse a pensar la condición de su presente y hacer el esfuerzo de pensar y realizar colectivamente la posibilidad de un mundo en el que afirmar el amor que cuida de cada uno, amor que le confiere su valor negándose a ponerle precio, sea no sólo un deseo o sueño. 
Ante un amor afirmado abstractamente, sólo el acto de sustraerse a la lógica del dios-capital (la sustracción de la justicia), comprometido en lo concreto nos habla de un amor que es digno de lo humano. No paternalismo, ni conmiseración, sino reflexión y compasión críticos y comprometidos: la alternativa a ser usado por el dinero es la gratuidad. Ante la pérdida señalada al inicio, lo irrecuperable aparece recuperable a través de la práctica del don solidario. La dignidad perdida se recupera no comprándola, sino acogiéndola como don… don de unos a otros.