Domingo de
Pentecostés
Jn 20, 19-23
«Estando
cerradas las puertas de la casa... por miedo»
El Evangelio no es
libro de superación personal, sino de trascendencia
comunitaria. Es Palabra que interpela, Palabra que invita a algo. Palabra
que asume nuestra debilidad. Y precisamente por ello, se dice que el hombre
puede vivir con las puertas cerradas a algo nuevo. Y junto con esto, expresa el
porqué: «por miedo».
El miedo es una
puerta cerrada. Y para captar la hondura de esto, habremos de reformular la
pregunta “¿De qué tenían miedo los apóstoles?” y hacerla desde "¿De qué tenemos miedo los apóstoles?” El texto de hoy
nos da a pensar que el miedo que tenían era a correr la misma suerte de
Jesús: ser «echados de este mundo». Porque, a fin de cuentas, ¿qué es la cruz
sino el «echar a fuera a Jesús»? Si de Jesús profetizaba Isaías como el
Emmanuel o el "Dios-con-nosotros" o el
"Dios-de-nuestra-parte", la cruz es el: "Largo de aquí, tú y tu Abbá, y tu Reino, y tu sueño de
una humanidad nueva".
La cruz es decir:
“son el consumismo y el capitalismo los que han de orientar nuestra existencia,
no tu “misericordia” ni tu “justicia”. Nuestros anhelos y afanes de
despertarnos todas las mañanas han de ser « ¿cuánto dinero haré hoy?» y no «
¿cómo hacerle un lugar a la “justicia” hoy?» La frustración al final del día
será: « ¿Cuánto dinero dejé de hacer hoy? ¿Cuántas ofertas en la tienda
desaproveché hoy?» y no « ¿cómo puedo ser más disponible mañana para acoger el
Reino de Dios, de justicia, de paz, de compasión?»
Una Iglesia que no
sabe dialogar, que no sabe aceptar sus errores, que no puede –o no quiere– irse
a los bordes y desde
ellos hacerse presencia
solidaria con los dos tercios de la humanidad que viven en pobreza, es una
Iglesia de puertas cerradas, por miedo…
«Reciban el
Espíritu Santo»
Y precisamente, al
llegar lo dinámico de Dios,
o la fuerza de lo alto, se
encuentra con las puertas cerradas. En el libro de los Hechos, al hablar de la
llegada del Espíritu Santo se dice que: «De repente se oyó un gran ruido que
venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte, que resonó por toda la
casa donde se encontraban» (Hch 2, 1-11) Dos imágenes contrastantes: «un soplo
–sencillo– y un gran ruido» En el Evangelio de Juan se dice que Jesús «sopló sobre
ellos», como haciendo alusión a aquel «rumor
de una brisa suave» en la cual Elías descubrió a Dios (1 Re 19, 12) mientras
que en el libro de los Hechos, se habla de un «gran ruido que estremeció»
Son dos acciones
propias del Espíritu: el silencio y levantar la voz. El Espíritu está en el
«rumor de una brisa suave» –preciosa
analogía, como un rumor que se insinúa,
como un enamorado que se insinúa a su enamorada, sin asustarla, sin forzarla,
sino seduciéndola, conquistándola– pero también está en el clamor de dos
tercios de la humanidad que viven en la miseria. Y hemos de descubrirlo en
ambas experiencias: en la mística y en el clamor.
Y la Iglesia, como
en Pentecostés según Hechos, ha de dejarse «estremecer» por este clamor,
sentirse sacudida, interpelada, dispuesta a reaccionar, a levantar la voz, a
ser signo de “Dios-de-nuestra-parte” no como a veces suele ser vista: Iglesia
como “Dios-contra-nosotros”.
¡Veni Creator Spiritus!
Ven, gran desconocido,
y sé el «dulce huésped»
Desconocerte nos
hace ser una Iglesia de puertas cerradas por el miedo.
Encerrada en
nuestras sacristías, con "respuestas prefabricadas de catecismo"
Pero siendo tú
nuestro huésped, nos llevas por los caminos de Jesús:
nos llevas a los
bordes, a las periferias, a las aldeas.
Ven, Padre de los
pobres y no llegues solo,
trae contigo a tus
hijos...
Ven porque de
regreso a casa "encontramos una lágrima que enjugar",
como dijo Juan
XXIII la noche que se inauguró tu
Concilio Vaticano II
–tuyo porque TUYA fue la idea de abrir las ventanas
de nuestra Iglesia
que olía a vieja–,
y si tú nos faltas,
nuestro consuelo se
hace soberbio, inútil, estéril.
Ven y "haz
mucho ruido",
pero no el que
surge de la música estruendosa,
sino del clamor de
los dos tercios de la humanidad
que no están
esperando nuestros sermones morales,
sino "ponernos
de su parte".
Sin ti, somos una ONG. Contigo, somos Iglesia al servicio del Reino.
Sin ti, nuestro
servicio es asistencialismo.
Contigo, la
denuncia de Romero,
y la de tantos,
es posibilidad de
anuncio del Reino del Abbá.
Sana nuestras
heridas, úngenos con la misión de Jesús,
y que sea esta unción
la que sane
nuestra miopía de
creer que es más importante
discutir sobre si
comulgamos en la mano o en la boca,
de rodillas o de
pie,
y nos impide ver
que en América Latina
hay «ricos cada vez
más ricos,
a costa de pobres
cada vez más pobres»
como dijo Juan
Pablo II en Puebla…
Ven, autor de
derechos reservados del Fiat y del Magníficat de María,
De los besos que le
doy a mi esposa,
De la homilía de
Romero el 23 de Marzo,
De la poesía de
Casaldáliga,
De la teología de
González Faus, de Castillo, de Sobrino,
Del “Enamórate” de
Arrupe,
De mis hermanos
Misioneros del Espíritu Santo,
Del dolor de
Champagnat frente al joven moribundo que murió sin conocerte…
Ven Espíritu
Creador, ven, ven, ven y vuelve a venir si nosotros nos vamos…
Envía Señor
tu Espíritu
y todo será creado,
Y nuestra Iglesia
será hospitalaria,
Y renovarás la faz
de nuestro mundo capitalista
Y lo harás
más humano,
más trinitario,
más tuyo.