sábado, 18 de mayo de 2013

Pentecostés desde los bordes...


Domingo de Pentecostés
19 de Mayo

Jn 20, 19-23

«Estando cerradas las puertas de la casa... por miedo»

El Evangelio no es libro de superación personal, sino de trascendencia comunitaria. Es Palabra que interpela, Palabra que invita a algo. Palabra que asume nuestra debilidad. Y precisamente por ello, se dice que el hombre puede vivir con las puertas cerradas a algo nuevo. Y junto con esto, expresa el porqué: «por miedo». 

El miedo es una puerta cerrada. Y para captar la hondura de esto, habremos de reformular la pregunta “¿De qué tenían miedo los apóstoles?” y hacerla desde "¿De qué tenemos miedo los apóstoles?” El texto de hoy nos  da a pensar que el miedo que tenían era a correr la misma suerte de Jesús: ser «echados de este mundo». Porque, a fin de cuentas, ¿qué es la cruz sino el «echar a fuera a Jesús»? Si de Jesús profetizaba Isaías como el Emmanuel o el  "Dios-con-nosotros" o el "Dios-de-nuestra-parte", la cruz es el: "Largo de aquí, tú y tu Abbá, y tu Reino, y tu sueño de una humanidad nueva".

La cruz es decir: “son el consumismo y el capitalismo los que han de orientar nuestra existencia, no tu “misericordia” ni tu “justicia”. Nuestros anhelos y afanes de despertarnos todas las mañanas han de ser « ¿cuánto dinero haré hoy?» y no « ¿cómo hacerle un lugar a la “justicia” hoy?» La frustración al final del día será: « ¿Cuánto dinero dejé de hacer hoy? ¿Cuántas ofertas en la tienda desaproveché hoy?» y no « ¿cómo puedo ser más disponible mañana para acoger el Reino de Dios, de justicia, de paz, de compasión?»

Una Iglesia que no sabe dialogar, que no sabe aceptar sus errores, que no puede –o no quiere– irse a los bordes y desde ellos hacerse presencia solidaria con los dos tercios de la humanidad que viven en pobreza, es una Iglesia de puertas cerradas, por miedo…

«Reciban el Espíritu Santo»

Y precisamente, al llegar lo dinámico de Dios, o la fuerza de lo alto, se encuentra con las puertas cerradas. En el libro de los Hechos, al hablar de la llegada del Espíritu Santo se dice que: «De repente se oyó un gran ruido que venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte, que resonó por toda la casa donde se encontraban» (Hch 2, 1-11) Dos imágenes contrastantes: «un soplo –sencillo– y un gran ruido» En el Evangelio de Juan se dice que Jesús «sopló sobre ellos», como haciendo alusión a aquel  «rumor de una brisa suave» en la cual Elías descubrió a Dios (1 Re 19, 12) mientras que en el libro de los Hechos, se habla de un «gran ruido que estremeció»

Son dos acciones propias del Espíritu: el silencio y levantar la voz. El Espíritu está en el «rumor de una brisa suave»  –preciosa analogía, como un rumor que se insinúa, como un enamorado que se insinúa a su enamorada, sin asustarla, sin forzarla, sino seduciéndola, conquistándola– pero también está en el clamor de dos tercios de la humanidad que viven en la miseria. Y hemos de descubrirlo en ambas experiencias: en la mística y en el clamor.

Y la Iglesia, como en Pentecostés según Hechos, ha de dejarse «estremecer» por este clamor, sentirse sacudida, interpelada, dispuesta a reaccionar, a levantar la voz, a ser signo de “Dios-de-nuestra-parte” no como a veces suele ser vista: Iglesia como “Dios-contra-nosotros”.

¡Veni Creator Spiritus!

Ven, gran desconocido, y sé el «dulce huésped»
Desconocerte nos hace ser una Iglesia de puertas cerradas por el miedo.
Encerrada en nuestras sacristías, con "respuestas prefabricadas de catecismo"

Pero siendo tú nuestro huésped, nos llevas por los caminos de Jesús:
nos llevas a los bordes, a las periferias, a las aldeas.

Ven, Padre de los pobres y no llegues solo,
trae contigo a tus hijos... 

Ven porque de regreso a casa "encontramos una lágrima que enjugar",
como dijo Juan XXIII la noche que se inauguró tu Concilio Vaticano II
–tuyo porque TUYA fue la idea de abrir las ventanas
de nuestra Iglesia que olía a vieja–,
y si tú nos faltas,
nuestro consuelo se hace soberbio, inútil, estéril.

Ven y "haz mucho ruido",
pero no el que surge de la música estruendosa,
sino del clamor de los dos tercios de la humanidad
que no están esperando nuestros sermones morales,
sino "ponernos de su parte".

Sin ti, somos una ONG. Contigo, somos Iglesia al servicio del Reino.
Sin ti, nuestro servicio es asistencialismo.
Contigo, la denuncia de Romero,
y la de tantos,
es posibilidad de anuncio del Reino del Abbá.

Sana nuestras heridas, úngenos con la misión de Jesús,
y que sea esta unción la que sane
nuestra miopía de creer que es más importante
discutir sobre si comulgamos en la mano o en la boca,
de rodillas o de pie,
y nos impide ver que en América Latina
hay «ricos cada vez más ricos,
a costa de pobres cada vez más pobres»
como dijo Juan Pablo II en Puebla… 

Ven, autor de derechos reservados del Fiat y del Magníficat de María,
De los besos que le doy a mi esposa,
De la homilía de Romero el 23 de Marzo,
De la poesía de Casaldáliga,
De la teología de González Faus, de Castillo, de Sobrino,
Del “Enamórate” de Arrupe,
De mis hermanos Misioneros del Espíritu Santo,
Del dolor de Champagnat frente al joven moribundo que murió sin conocerte…

Ven Espíritu Creador, ven, ven, ven y vuelve a venir si nosotros nos vamos…

 Envía Señor tu Espíritu
y todo será creado,
Y nuestra Iglesia será hospitalaria, 
Y renovarás la faz de nuestro mundo capitalista
Y lo harás
más humano,
más trinitario,
más tuyo.