domingo, 27 de abril de 2014

Recíbanos...

Y de repente nos encontramos con un vacío, un espacio ocupado por una ausencia. 
Todo lo que habíamos vivido, la ilusión, la esperanza de caminar con alguien que le dio un giro nuevo a nuestra existencia, ahora ya no estaba. 
Nos fue arrebatada y no terminábamos de entender porqué. 
Cierto era que sentíamos algo de culpabilidad; no supimos entenderle, no supimos acompañarle.
Algo dentro de nosotros nos recordaba que toda opción implica una ruptura. Pero no sabíamos hasta qué punto estábamos dispuestos a asumir esa ruptura. 
Quizá por eso teníamos las puertas cerradas. No terminábamos de entender que toda ruptura también implica una opción: la de abrir la puerta de nuevo. 
Fue algo extraño. La puerta no se abrió, sino que caíamos en cuenta de que Alguien estaba presente dentro de nosotros, justamente en medio. Por eso, como dijera Rilke más tarde, no nos dio miedo que Jesús entrase, sino descubrir cuán presente ya estaba dentro de nosotros. 

De repente, la ausencia dejó de ser espacio vacío. Es lo que sucede tras un encuentro: el vacío deja de serlo y se convierte en disponibilidad para que algo nuevo pudiera suceder. Esa fue nuestra alegría; no se trataba de un vacío, sino de disponibilidad; y para ser disponibles, hay que saber vaciarse de vez en cuando. 

Pero nuestra alegría se ensanchó cuando descubrimos que la disponibilidad era posibilidad de recibir lo que se nos había sido arrebatado. Por eso, cuando caíamos en la cuenta de la presencia de ese Alguien, entendimos eso de "Reciban"... No se trataba de volver a lo de antes, sino de abrirnos a algo totalmente nuevo, algo que nos fascinaba pero a la vez nos atemorizaba. Quizá por eso él se dio cuenta de que vacíos no podíamos llegar muy lejos. Nos fue conduciendo del vacío a la disponibilidad, de la disponibilidad al "recibir" no sólo lo que se nos había arrebatado, sino también aquello que no sabíamos que necesitábamos. 

Hubo uno de nosotros que no lo comprendió así; para él, el vacío seguía siendo vacío y no estuvo disponible para recibir lo que nos hacía falta. Quizá en el fondo se negaba a reconocer que le hacía falta recibir algo. Por eso no estuvo con nosotros ese día. Y cuando le dijimos que el vacío se nos convirtió en disponibilidad, argumentó desde la razón. 

Y ahí volvimos a entender. Que siempre que entre alguno de nosotros hubiera un vacío, lo habría para todos. Y volvió a suceder: lo descubrimos en medio de nosotros, una vez más -y desde entonces lo sigue haciendo- para decirnos: "recíbanos"... 

miércoles, 2 de abril de 2014

La esclavitud de la salvación: la Samaritana

El largo relato del encuentro de Jesús con la mujer samaritana (Jn 4,5-42) es rico en simbolismo y en temas. Uno de los posibles temas, y que probablemente resulta desafiante y problemático, es el de la idea de "el salvador". Ciertamente la conclusión del texto sugiere que Jesús es el salvador del mundo. Sin embargo, llegar a dicha conclusión ignorando la crítica presentada en el relato puede conducir a traicionar el sentido y modo en que Jesús es designado como salvador.
Tres "lugares temáticos" del texto delinean la insistencia en la crítica hacia lo que prometa salvación:
1) La mujer va constantemente por agua al pozo, tarea que sin duda no sólo es ardua y fatigosa sino inevitable. No se puede vivir sin agua… hay que ir por ella. Esta es una realidad que cansa, incluso ahoga: estar cansado de algo, desear prescindir de ello, y aun así necesitarlo.  El cansancio queda bien  expresado por la mujer en su entusiasmo al decir "para que ya no tenga más sed ni tenga que volver a venir por agua nunca más".
2) El pozo de Jacob da pie a la discusión relativa al lugar de culto. Unos van a Jerusalén y otros al Monte Garizim. La imposibilidad de definir cuál es el "correcto" deja sin escape. La mujer también parece estar cansada de esas luchas por saber dónde está la verdad religiosa. De hecho, su comentario deja entrever que viene con una intención específica: provocar una respuesta de parte del profeta (Jesús) para dirimir la cuestión. Cansada pero anhelante, espera una respuesta de alguien más, respuesta definitiva.
3) El diálogo deriva hacia la vida de la mujer. Jesús hace notar a esta mujer que el mismo círculo sin salida de ir a buscar agua sin lograr liberarse de la sed y del trabajo de ir por aquello que la mitiga, lo mismo que la cuestión de la respuesta relativa al lugar de culto, se repite en su vida afectiva-social. Ha estado cambiando de marido constantemente como quien no logra encontrar lo que realmente la sacie, la realice. El comentario no apunta hacia el aspecto de moralidad o inmoralidad del cambio de pareja sino a una toma de conciencia crítica de la lógica subyacente a las búsquedas simbolizadas en el texto como «sed»: vida fisiológica, verdad y afectividad. Cansada de su situación "sin salida" –hay que beber, dar culto a Dios, amar a alguien–, la mujer espera continuamente que "algo/alguien" la salve de su situación. Se aferra al «agua viva», a la palabra del profeta, a la promesa del amor, como si en ellas estuviera su salvación. Cada vez que cree encontrar su salvación, termina sometida a su "salvador". La espera de un salvador esclaviza, consume las fuerzas, ancla más profundamente en el poder de lo inmediato.

Esa «sed» es una maldición.

Sin embargo, la propuesta de Jesús da un giro completamente diferente a esa sed. Sus respuestas no sólo desbordan la expectativa, sino que convierten la maldición en fuente de liberación:
A la sed de agua, propone: ¡Agua! pero agua que convierta su sed en fuente de "bebida" para otros ("de su seno brotarán ríos de agua viva").
A la cuestión de la verdad religiosa Jesús no da solución, sino que simplemente hace que lo que estaba al origen del conflicto –dar culto a Dios– sea posible para todos.
A la situación afectiva, Jesús no da ninguna indicación moral, sólo constata lo que ocurre y la mujer da su respuesta: va y comparte con otros lo descubierto.
La experiencia de la sed nos capacita para poder dar de beber a otros. El experimentar el anhelo de liberación –se le llama necesidad para resaltar su imperiosidad e intensidad– sólo libera cuando uno se pone en juego para que sea posible la liberación de otros y con otros. No "liberar a otros", sino hacer posible la liberación de otros y con otros.
No se trata de un mero conocimiento, al estilo del gnosticismo. Lo que sucede con los samaritanos lo pone en claro, se trata de conducir al encuentro, a la experiencia: a ponerse en juego. El intermediario que nos pone en contacto o nos "abre los ojos" es importante y fundamental, pero al final, la puesta en juego de uno mismo es indispensable. No es mero conocimiento, sino la verdad que trastoca toda la existencia.
Solidaridad en la finitud, en la experiencia de opresión, en el anhelo de liberación, no para huir de lo "negativo", sino porque compartirlo con otros es nuestra fuerza. Como se ve, paradójicamente, "el salvador" esclaviza, ata, mientras que la carencia de salvador compartida es fuente de un gran potencial de liberación. Pero para no convertir esa «carencia de salvador» en un "nuevo salvador" será necesario conservar la esperanza como resistencia –y con poca certeza de éxito–, no como espera… la fraternidad enraizada en el sufrimiento y desgarro hunde sus raíces en lo más profundo de cada uno, y por ello es también fuente de una fuerza tremendamente liberadora, aunque no siempre fácil de orientar…
Como decía Horkheimer: "podemos señalar el mal, pero no lo absolutamente correcto". Si Jesús es reconocido como "salvador del mundo", no es porque haya sido el esperado, sino precisamente porque su profunda solidaridad lo revela como "no salvador" que despierta un pueblo y su potencial liberador. (De hecho, lo que sucederá en la crucifixión después de la entrada "triunfal" con los ramos a Jerusalén es producto de eso: el drama de un salvador que se negó a "salvar(nos)".