martes, 26 de febrero de 2013

Hacer que algo pueda suceder



III Domingo de Cuaresma
3 de Marzo
Lc 13, 6-9


Nuestra existencia se hace humana en la medida en que podemos establecer relaciones con otros; relaciones de calidad, relaciones significativas. Relaciones que quizá no se planeen, sino que simplemente se dan, simplemente "suceden".

Ciertamente, podríamos pasar de largo, sin caer en la cuenta, cuando alguien entra en nuestra vida. Y, al no caer en la cuenta de la importancia de ese alguien –por desconocido o extraño que pudiese resultar al principio– impedimos que algo pueda "suceder". 
¿Y ese alguien fuese un extraño viñador? O mejor, ¿un extraño viñador con apariencia de un "Don Nadie"?

La propuesta de Jesús, es una invitación a poner las condiciones necesarias para que algo pueda suceder:  mantener la mirada atenta al que, de alguna manera, nos pide existir, nos pide un lugar, puesto que ha sido exlcuído. Aflojar el blindaje que inconscientemente hemos desarrollado para no sentir más el dolor del otro bastante tendríamos con nuestros propios asuntos–, mirar a la higuera estéril con la misma mirada con la que  un extraño viñador la ha mirado (hablamos de un "extraño", porque su propuesta es "extraña", ajena a lo que podríamos estar acostumbrados): desde las entrañas conmovidas al verla como muerta en vida, sin poder ser ella misma una higuera si no es higuera (si no da higos) ¿qué es?

“Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa tierra inútilmente?’ El viñador le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré’” (Lc 13, 6-9)

 ¿Qué es exactamente lo que pudiera "suceder"? ¿Sólo una relación más?

La cultura del consumo, nos acostumbró a desplazar proyectos: «Amar a las personas y usar a las cosas» es constantemente desplazado por el «Amar a las cosas y usar a las personas». Para algunos, revertir este desplazamiento es una lucha constante y contracultural. Para otros, el asunto no termina ahí, sino que  además, fruto de este desplazamiento, nos acostumbramos a valorar nuestras relaciones por la utilidad que ellas nos representan. Una relación es de calidad cuando esto implica una utilidad para mí. Una relación no es significativa cuando ella no me representa ninguna ganancia. Y, al no representar una utilidad, la cultura del consumo nos invita al desecho, a reemplazarla por una nueva. En palabras del Evangelio, a “cortarla, para que no ocupe la tierra inútilmente”.

Sin embargo, alguien –ese misterioso viñador– ha propuesto una solución que rompe esquemas, paradigmas: Cortarla no es la primera opción porque ¡otra relación es posible! Cuando la dinámica consumista nos invita a una lógica consumista, este viñador propone una nueva lógica: la de poner lo que esté a nuestro alcance para dejar que algo, simplemente, suceda.

La propuesta de Jesús no funciona de una manera mágica; el viñador no habla de resolver las cosas de una manera instantánea, sino de un trabajo concreto: aflojar la tierra y echarle abono. No se trata pues, de aferrarse a una relación destructiva esperando que Dios la resuelva, sino precisamente, a devolverle su calidad –si alguna vez la tuvo– o a dársela por primera vez, poniendo las condiciones necesarias para que algo pueda suceder. El viñador parece haberse tomado en serio el dedicarle tiempo y esfuerzo a la higuera, pero si la higuera no responde, entonces será necesario cerrar un círculo, no como quien desecha desde el consumismo, sino como quien hizo todo lo posible, como quien asumió el riesgo de dejar de vivir relaciones muertas en vida, como esa higuera estéril.

Por eso, el relato del evangelio no nos explica si la higuera dio frutos después de aflojar la tierra y echarle abono. Ni siquiera nos dice si el dueño de la viña accedió a la petición del viñador. Quizá eso es lo más grandioso del relato: es a nosotros a quienes nos toca concluirlo darlo por terminado sin que nada más suceda o continuarlo,  aceptar una propuesta, dejar que suceda algo.  




domingo, 17 de febrero de 2013

El desierto



El desierto en la tradición bíblica, es un lugar de encuentro. Sabemos que todas las religiones sugieren estos lugares de encuentro. Jesús va al desierto a encontrar. ¿A Dios? ¿A sí mismo? ¿A ambos? ¿Al diablo? ¿A los tres? Como se dice, a Dios se le encuentra en lo humano (J. M. Castillo) Jesús, pues, en el desierto se encuentra con su humanidad. Inclusive, con lo más débil de su condición humana.  Cuando menos, eso podría ser el punto de partida para reflexionar sobre el evangelio de hoy: Jesús, conducido por el Espíritu, va al desierto donde fue tentado por el diablo (Lc 4, 1-13). Tres personajes fundamentales en el desierto: El Espíritu liberador, la persona y el espíritu que oprime.

No habría mayor problema hasta que surge la pregunta "incómoda": Si Jesús es Dios ¿cómo pudo ser tentado por el diablo? Pues bien, hacia dentro del cristianismo, y fuera de los ambientes del estudio "teológico", es bien común seguir viendo a Jesús como Dios disfrazado de hombre: que la suya no es una humanidad real, sino un disfraz que puede quitarse y ponerse según le convenga. No son pocos los cristianos que, al referirse a Cristo, hablen de él –a veces inconscientemente– como un superhéroe con unos poderes mágicos –y por lo tanto ajenos a un ciudadano común y corriente– de manera que su poder más que liberar y dignificar a la persona, es una forma de dominio que condiciona la existencia. Y por lógica consecuencia, la idea de un Jesús humano, por ser lo opuesto al poder, da miedo. Así, queda reducido el acercamiento insólito de Dios al hombre; Dios, en Jesús, se hizo uno de los nuestros, pero con los derechos inherentes de su condición divina (contradiciendo así el hermoso himno cristológico de Flp 2): « De esta manera llegan a pensar [quienes piensan en Jesús como Dios disfrazado de hombre], sin darse cuenta, que el dolor físico que sintió Jesús era, si, como el nuestro, pero lo que habría pasado por la psicología de Jesús no era como lo que pasa por la nuestra (a saber: lucha, oscuridad, tentación, duda, ignorancia del camino…)» (J.I. González Faus) Por eso, Jesús va al desierto a encontrar algo, a descubrir –desde esa ignorancia que decidió asumir al echarse el paquete de ser hombre con todas sus consecuencias– a Alguien y a alguien… Si por ser Dios, ya supiera todo ¿Entonces a qué fue al desierto? ¿A encontrar lo que ya sabía?

Pues bien, es éste Jesús el que llega al desierto, y es éste Jesús el que es tentado: Dios, que en Jesús de Nazaret se hizo hombre, con todas sus consecuencias. Y, si es propio del hombre el ser tentado, será propio también del Dios humanizado.  Por eso, Jesús en el desierto se encuentra con su propia humanidad, desde la cual se puede descubrir o una invitación a la experiencia del Dios liberador… o a lo opuesto, disfrazado de algo bueno. De hecho, como podemos leer en el Evangelio, el diablo recurre a la Biblia para la tercera tentación: “Si eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí, porque está escrito: Los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte y de sostenerte en sus manos, para que tus pies no tropiecen con las piedras” (Lc 4, 10) Es decir, una tentación que no parezca válida y legítima –inclusive fundamentada en la Biblia–, ¿cómo podría ser tentación?  

La primera y la última tentación –aunque tendrán dinámicas independientes entre sí–que se narran en Lucas, tienen un común denominador: ambas están precedidas por la expresión: «Si eres el Hijo de Dios…es decir, si en verdad eres el Hijo de Dios, entonces puedes…» Es la experiencia de la identidad la que está en juego; es la identidad la que necesitaría ser clarificada y comprobada. La duda sobre la identidad es lo que puede hacer tambalear la seguridad, quebrantar y derrumbar a la persona.

En el relato, en ambas ocasiones Jesús contraataca a la tentación desde la Palabra de Dios. Pero al hacerlo, ¿la utiliza sólo como un escudo para protegerse de un ataque? ¿Es la Palabra de Dios sólo un refugio desde el cual hemos de contestar a todo ataque contra nuestra fe? ¿No será más bien fuente de encuentro con la propia verdad y no será la progresiva asimilación de ésta la que equilibre la constante duda sobre la identidad?

Las respuestas de Jesús ante las tentaciones, más que ser un argumento que repite como mecánicamente y de memoria, o como dogmas aprendidos en el catecismo, son como un espejo en el cual se refleja la identidad de la persona, a la luz de un proyecto liberador: No sólo de pan vive el hombre: un producto no puede configurar nuestra identidad –recuérdese campañas de mercadotecnia, como aquella de “Yo soy Telcel” (México 2007) o “Soy totalmente Palacio” (México 1996) que pudieran pretender introducir el consumismo en lo más profundo de la esencia de la persona humana–.

Significativa es también la segunda tentación: se le ofrece a Jesús la posibilidad de ejercer poder sobre los reinos de la tierra (Lc 4, 6). Es muy justificable –repetimos, si no pareciese alguno bueno o válido, no sería tentación– el pretender usar el poder para imponer a Dios. De esta manera, al obligar al hombre, le haríamos un gran favor y le ahorraríamos muchas penas y una vida de pecado. Jesús en el desierto, en el encuentro de la propia verdad sólo puede adorar –o quizá nos ayude más, Jesús sólo puede estar disponible– al Dios gratuito, al que invita, no al que impone. Al Dios que invita a mirar el mundo desde una mirada de amor y de reconciliación, especialmente para los excluidos.

Pudiésemos además finalmente, encontrar un hilo conductor en las tres tentaciones: lo que está en juego es el cómo Jesús entiende su misión – ¿desde dónde? Es decir, desde su identidad en la 1era y 3era tentación y el modo de llevar a cabo su misión en la 2da tentación–. ¿Qué situación de la vida detona la pregunta por la identidad? ¿Qué situación, evento, circunstancia me enfrenta con el cómo he de hacer lo que he de hacer? Para Jesús, fue en el desierto, conducido por el Espíritu (Lc 4,1) la experiencia de encuentro con su misión, y el cómo desde su más humana humanidad, invita al hombre a descubrir la verdad sobre sí mismo. El desierto, lo alejado, lo que implica un espacio fuera de lo cotidiano, es una experiencia que desborda. Desde los bordes. 





domingo, 10 de febrero de 2013

Dejarse rescatar, para rescatar a otros

V Domingo Ordinario 
10 de febrero

Lc 5, 1-11

En la película del Conde de Montecristo (2002) hay una escena en la cual, Jacopo, el fiel servidor de Edmond Dantés, le hace una confesión: "Cuando me perdonaste la vida, juré defenderte siempre, aún y cuando fuera defenderte de ti mismo". De hecho, para Jacopo, Dantés ha quedado como esclavizado en un deseo de venganza que lo está deshumanizando. Y, la fidelidad hacia Dantés le da el valor de, a riesgo de no ser apreciado, defenderlo de esa deshumanización. Creo que esta escena capta algo de la lógica de la propuesta de Jesús a Simón, en el evangelio de hoy. 

En su empeño por explicar cómo la propuesta de Jesús al hombre es siempre una experiencia que desborda -que lo lleva a los bordes y más allá- Lucas narra un relato cautivante: unos pescadores del lago de Genesaret, cansados de haber intentando pescar toda la noche sin lograr nada, se descubren a si mismos desbordados ante la pesca que, con Jesús en la barca, han realizado. 

Si el domingo antepasado, el mismo evangelista sintetizaba el "programa de vida de Jesús": El Espíritu del Señor está sobre mí, [...] y me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor (Lc 4, 18-19) y el domingo pasado nos advertía de las consecuencias -el rechazo de parte de sus paisanos- de llevar a cabo ese programa de vida, hoy el evangelio nos presenta a Jesús invitando a otros a vivir ese programa de vida.

Esta invitación ha logrado que aquellos pescadores lo dejen todo para seguirle. Jesús invita a un proyecto, pero no les promete a estos pescadores ni Seguro Social, ni Infonavit, ni prestaciones, ni vacaciones pagadas... Sólo el hecho de ser "pescadores de hombres". Jesús no nos propone sólo un trabajo, ocupación o pasatiempo.  Invita a vivir de una manera nueva: no atrapado en lo importante, sino seducido por lo esencial. No desde lo que deshumaniza, sino desde lo que humaniza. 

Pero, vayamos a la orilla -o al borde- del lago de Genesaret primero y sugiero que nos acerquemos no con la pregunta de si ¿esto que narra el evangelista así sucedió? sino mejor con aquella de ¿para qué lo escribió? La posible respuesta para la primera pregunta, me parece, no nos permitiría saborear la posible respuesta de la segunda pregunta.  

Lucas describe todo un proceso por el cual han pasado estos pescadores, encabezados por Simón. Pero no solamente ellos...  Jesús, que pide llevar la barca mar adentro para pescar, ha sucitado una reacción en Simón: Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada... (Lc 5,5) 

Si se me permite un poco de subjetividad, la respuesta de Simón pareciera como matizada, como que encierra no sólo una observación, sino una confesión profunda: 

Con todo respeto Maestro, pero tú eres artesano, y no creemos que sepas tanto de la pesca como nosotros... 
Somos pescadores, nos dedicamos a ello, vivimos de ello.
No empezamos a pescar ayer, lo hemos venido haciendo desde hace mucho tiempo. 
Nosotros sabemos cuál hora es la indicada para pescar... 
Además lo hemos intentando toda la noche y esta noche no hemos logrado nada. 
Bueno, pero sé que no te refieres al hecho de pescar en sí. He visto que la gente, cansada de palabras vacías, se agolpa en torno tuyo para escuchar de ti palabras vivas que tocan lo profundo, Sé que tu invitación a llevar la barca mar adentro sugiere más de lo que dice. 
Pero, ¿a qué te refieres con ello? 
Porque, hemos buscado la felicidad por todos lados y no la hemos encontrado.
El mundo y la sociedad de consumo nos ofertan propuestas fascinantes, que parecen dar la felicidad verdadera. 
Pero al final, luego de haber trabajado toda la noche, queda el hastío y la sensación de que algo falta. Vivimos deshumanizados. 
Y precisamente por esto, porque algo falta, y veo que tu invitación a llevar la barca no es una publicidad más, sino un viaje que hemos de recorrer juntos, 'me la juego', apuesto y "confiando en tu palabra, echaré las redes" (Lc 5, 6)

La metáfora  de la pesca, no se refiere solamente a una actividad de reclutamiento de personal para una empresa. Es además ir, como decíamos de lo esencial a lo importante. Es compartir un estilo de vida, una manera de ver el mundo y al hombre con los ojos de Jesús y a la vez, una invitación para que Jesús siga mirando el mundo por nuestros ojos (Félix de Jesús Rougier)  Lo esencial, desde la mirada de Jesús, será rescatar al hombre de ese oceáno de incertidumbres, de felicidad inconsistente. Y es entonces cuando Lucas presenta a los pescadores, quienes confiando en la invitación de Jesús, se han visto sorprendidos por un atisbo de felicidad consistente: al parecer la pesca fue tanta -no sería en cantidad nada más, sino en hondura, en calidad- que sorprendidos, han tenido que hacer señas a sus compañeros para que los ayuden. 

La invitación a rescatar, a sacar la mejor versión posible del ser humano (J.I. González Faus) no puede ser sólo una actividad externa, ajena al rescatador, sino que, dejándose rescatar primero -o dejándo que la propuesta humanizadora de Jesús logre sacar nuestra "mejor versión posible" de nosotros mismos-, pueda hacerlo también por los demás. Por esto, el primer rescate que Simón ha de hacer, será el de sí mismo o dejarse rescatar -como Jacopo le recordaba a Dantés-: Al ver esto [la pesca que desbordó] Simón Pedro cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: "Apártete de mí, porque soy un pecador" (Lc 5, 8) ¿Qué mejor manera de empezar a dejarse rescatar, sino cayendo de rodillas, siendo conscientes de nuestra propia nada, de nuestras limitaciones? ¿De qué otra manera puede la propuesta de Jesús sacar nuestra "mejor versión posible" sino desde el caer en la cuenta de que actualmente, no soy mi mejor versión? La más humana posible.

En realidad, la pesca milagrosa no consiste en pescar mucho, sino en dejarse rescatar de lo que nos deshumaniza, para luego aceptar rescatar a otros. 


domingo, 3 de febrero de 2013

Cuando la verdad se abre paso y se aleja...

IV Domingo Ordinario
Lc 4, 21-30

La narración de Lucas del evangelio de hoy, que toma como punto de partida el relato del pasado domingo, ha logrado tomar una fotografía a esa extraña contradicción que somos los seres humanos; como si se tratara de un péndulo, la vida de Jesús toca en el hombre el extremo de la admiración y en ese movimiento pendular también logra tocar el otro extremo: el rechazo. Por eso Lucas, narra que tras las palabras de Jesús en la sinagoga  «todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios» (Lc 4, 22) y termina diciendo que: «al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio de la montaña [...] para despeñarlo» (Lc 4, 28-29). Como se ve, hay una distancia de 6  versículos entre la "admiración" (versículo 22) y la "ira" (versículo 28). ¿Qué ha podido suceder en esos 6 versículos, para que el hombre se haya pasado -tan rápido y diligente- de la admiración a la ira? No serán tanto las palabras de Jesús en sí mismas -en realidad Jesús no ha dicho nada en esos 6 versículos que los profetas hayan dicho o hecho ya, por eso hablará de Elías y de Eliseo- sino  desde dónde se escucha a Jesús. 

Al parecer esa admiración en Jesús de parte de sus paisanos, esta fundada sobre un  "circo-espectáculo"; se admiran de los prodigios que ha realizado en Cafarnaúm (Lc 4, 23) y quisieran, desde luego, ver que Jesús realice alguno en medio de ellos. Es muy cómodo ser parte de una religión que resuelve nuestros asuntos de una manera mágica e instantánea. Si hay culpabilidad, por ejemplo, el sacramento de la Penitencia resuelve el problema de una manera sencilla: basta con que el sacerdote pronuncie la fórmula mágica de la absolución  y ¡listo! Naturalmente, la dinámica sacramental es mucho más profunda que esto. Pero de alguna manera u otra, allá en el fondo el hombre de religión suele -en ocasiones- reducirla. Y si es que la vida de Jesús supone un no resolver el mundo de una manera mágica, sino más bien desde un compromiso histórico del hombre especialmente por las viudas de Sarepta y los Naamanes de Siria -es decir, los excluídos no sólo del sistema, sino de la religión-, entonces esto supone un conflicto, una desinstalación, un aprender a mirar el mundo de otra manera, una experiencia creyente más radical. 

Por eso la reacción ha sido la "ira". Un Dios que desinstala es peligroso. Un enviado de Dios que no se dedica a "alabar" nuestra manera de vivir la religión cuando ésta es vivida sin tomar en cuenta los verdaderos intereses de Dios, no puede ser un profeta en su propia tierra. Lucas además menciona que no sólo se llenaron de ira, sino que lo llevaron a lo alto de una montaña para despeñarlo. Curiosa manera de actuar. No lo apedrean, sino que lo van empujando hasta lograr que él mismo sea el que se aviente. No pueden, en rigor hacer más, como apedrearlo por ejemplo,  puesto que es sábado y Jesús, consciente de que estos hombres están como esclavos de una religión y de los preceptos del sábado, pasa por enmedio de ellos y se aleja (Lc 4, 30) 

¿Y nosotros, de qué manera nos empujamos unos a otros hasta lograr que "sean ellos y no nosotros" los responsables de excluir? 

Mientras se opte por esa mentira que puede ser una religión de magia, la verdad incómoda no tiene lugar. Por eso, la verdad «se abre paso» entre la mentira y se aleja -como Jesús lo hace-, no para dejarnos en la mentira, sino precisamente para captar que hemos de seguirla, de buscarla constantemente. Jesús y su anhelo-realización del Reino de Dios, se abre paso y se aleja no para dejarnos, sino para que aprendamos a seguirlo, a caminar tras de sus «huellas»

Jesús es llevado "a los bordes" de la religión judía para deshacerse de él. Nuestro sistema también lleva "a los bordes" a esa gente incómoda que pueden llegar a ser los profetas. Y es "desde los bordes" desde donde Jesús actúa y hace presente a ese Padre que ama desmesuradamente, incomprensiblemente, a ese hombre que lleva ya buen rato viviendo en la periferia del sistema -y de la religión-. 

¡Vayamos a «los bordes», siguiendo las huellas de Jesús!