lunes, 3 de octubre de 2016

Ni todo poder ni todo saber...

No se requiere de mucho. Así lo plasma el evangelio. No se trata de poder, de fuerza, ni mucho menos de cantidad o calidad –curiosamente la tentación sería decir: con que sea "fe" de la buena, pero no, Jesús se mantiene en el ámbito del tamaño. "Como una semilla de mostaza" dice. Por otra parte, el contexto de la petición de aumento de fe es significativo: Jesús acaba de contar la historia de Lázaro y el rico –con su enigmática sentencia sobre los bienes y males en la vida–, ordenó no ser causa de tropiezo para los pequeños, la corrección fraterna y (la terquedad en) el perdón al ofensor. Todas ellas parecen plantearnos una perspectiva desalentadora y sumamente difícil de cumplir. Probablemente pedir un aumento de fe era lo más lógico ante dichas propuestas. Sin embargo, la respuesta a la petición de un aumento de fe no es ni sí ni no. Simplemente responde otra cosa. La fe no es un bien del que pueda hacerse tesoro –como intentaron algunos con el maná en el desierto y constataron como se echaba a perder. Su lógica es más bien de otro orden. No funciona como la acumulación de méritos ni como un medio infalible que da poder para obtener lo que se desea. 

Ahora bien, si no es cuestión de calidad, ni de poder. ¿De qué se trata? El conjunto de exigencias previas nos dan una luz: se trata algo que tiene que ver con otro. La fe de un modo u otro implica a un otro. Y he ahí su dificultad. Más allá de cuestiones prácticas como perdonar, confiar, etc., el reto está en creer. Creer es una práctica demasiado arriesgada para el cinismo contemporáneo, por eso se le ha pretendido sustituir con otras prácticas que, a pesar de su buena intención, no hacen sino dejar el mundo exactamente igual.

Para comprender mejor esto, puede ser de ayuda la expresión que hallamos en Habacuc: "el justo vivirá por la fe". La traducción más fiel sería "el justo vivirá por su fidelidad" (אמן), lo cual denota más que una simple acto individual o una realidad externa al individuo más bien una relación. No obstante, para fines prácticos, comenzaré por la reducción de la vida a subsistencia para luego proponerla como fidelidad.

La vida como subsistencia

 ¿De qué vive el ser humano? ¿de qué subsiste? de alimento, de bebida, de relaciones, de símbolos, de saber, de sueños, de deseos y anhelos. Todo esto puede no resultar suficiente cuando la realidad misma a enfrentar es desalentadora. ¿A quién le basta comer y beber en abundancia cuando experimenta su vida como un asco? A menos que se diga a sí mismo "hoy como y bebo y más tarde moriré", el puro subsistir no parece ser suficiente, e incluso puede ser una maldición mayor. Así lo expresa Primo Levi en Si esto es un hombre:
El mes pasado, uno de los crematorios de Birkenau ha sido hecho saltar por los aires. Ninguno de nosotros sabe (y tal vez no lo sepa nunca) cómo ha sido exactamente realizada la empresa: se habla del Sonderkommando del Kommando Especial adscrito a las cámaras de gas y a los hornos, el cual viene siendo periódicamente exterminado, y que es mantenido escrupulosamente segregado del resto del campo. Lo que es cierto es que en Birkenau un centenar de hombres, de esclavos inermes y débiles como nosotros, han sacado de sí mismos la fuerza necesaria para actuar, para madurar los frutos de su odio.

El hombre que va a morir hoy entre nosotros ha tomado parte de algún modo en la revuelta. Se dice que mantenía relaciones con los insurrectos de Birkenau, que ha llevado armas de nuestro campo, que estaba tramando un amotinamiento simultáneo también entre nosotros. Morirá hoy bajo nuestras miradas: y quizás los alemanes no comprendan que la muerte solitaria, la muerte de hombre que le ha sido reservada, le servirá de gloria y no de infamia.
Cuando terminó el discurso del alemán, que nadie pudo entender, de nuevo se elevó la primera voz ronca: Habt ihr verstanden? (¿Lo habéis entendido?)
¿Quién respondió, Jawohl? Todos y ninguno: fue como si nuestra maldita resignación tomase cuerpo de por sí, se hiciese voz colectivamente por encima de nuestras cabezas. Pero todos oyeron el grito del moribundo, éste traspasó las gruesas y antiguas barreras de inercia y de sumisión, golpeó el centro vivo del hombre en cada uno de nosotros:
Kamaraden, ich bin der Letze! (¡Compañeros, yo soy el último!)
Me gustaría poder contar que entre nosotros, rebaño abyecto, se hubiese levantado una voz, un murmullo, un signo de asentimiento. Pero no sucedió nada. Hemos continuado en pie, encorvados y grises, con la cabeza inclinada, y no nos hemos descubierto la cabeza más que cuando el alemán nos lo ha ordenado. El escotillón se ha abierto, el cuerpo se ha deslizado atrozmente; la banda ha vuelto a tocar, y nosotros, de nuevo formados en columna, hemos desfilado ante los últimos temblores del moribundo.
Al pie de la horca, los SS nos veían pasar con miradas indiferentes: su obra estaba realizada y bien realizada. Los rusos pueden venir ya: ya no quedan hombres fuertes entre nosotros, el último pende ahora sobre nuestras cabezas, y para los demás, pocos cabestros han bastado. Pueden venir los rusos: no nos encontrarán más que a los domados, a nosotros los acabados, dignos ahora de la muerte inerme que nos espera.
Destruir al hombre es difícil, casi tanto como crearlo: no ha sido fácil, no ha sido breve, pero lo habéis conseguido, alemanes. Henos aquí dóciles bajo vuestras miradas: de nuestra parte nada tenéis que temer: ni actos de rebeldía, ni palabras de desafío, ni siquiera una mirada que juzgue.

La situación descrita por Levi pareciera ser extrema, sin embargo, pareciera ser muy cercana a la realidad de muchos. Más que de fidelidades, en todo caso, hablamos de cosas que nos permiten subsistir, que nos mantienen ahí, en el mundo, en determinada situación, más o menos porque no nos queda otra alternativa, al menos en apariencia. 
De un modo u otro, lo que nos hace subsistir ha de ser algo que llene el vacío, que sature la falta de algo. ¿No es acaso más o menos lo que refleja la petición de los discípulos: llena la falta de fe que hay en nosotros? Y aunque para muchos la fe pueda ser lo que viene a llenar los vacíos –de explicaciones científicas, de afecto, de sentido, etc.– tal vez haya que decirlo de una buena vez: la fe no llena ningún vacío, antes bien introduce vacíos en la vida
Como se ve, la dinámica de la subsistencia nos mantiene en un constante ir detrás de otra cosa, pero de lo cual no se espera gran cosa, sino sólo lo suficiente para vivir y por lo cual no se estaría dispuesto a arriesgarse demasiado.

De la producción de vacíos a la dominación del ser humano

La perspicacia y espíritu emprendedor del ser humano al pasar los años comprendió la relevancia de saciar necesidades, y así,  cayó en la cuenta de que lo más rentable sería producir necesidades. Nace así la industria del vacío. Producir vacíos es un negocio fabuloso. Si desde pequeños constatamos cierta "falta constitutiva" –por la separación de la madre, la pérdida afectiva, carencia económica etc.– sobre la cual trabajamos para definir nuestra identidad, relaciones y presencia en el mundo, la producción de vacíos al consolidarse como poder establecido y reconocido, logró apropiarse de uno de los núcleos más íntimos del ser humano y, así, volverse fábrica de seres humanos. Quien domine los vacíos del ser humano, dominará a éste. No sólo se trata de quien o de lo que sacia los vacíos, sino de quien o lo que los produce. La adicción comienza como un tentativo de "llenado" de vacíos –aunque sea de experiencia– y termina convirtiéndose en un vacío insaciable que domina toda la vida del adicto. ¿No sucede lo mismo con cuanto promete saciar los vacíos? El terrible vínculo de la promesa, en sí mismo, es un vacío introducido en la vida.

Uno de los efectos de esta producción del ser humano como un vacío con una promesa inscrita de satisfacción es el cinismo que da forma a nuestras relaciones. En muy distintos ámbitos ya no creemos que ciertas cosas funcionen o se realicen. No sólo vemos en la lejanía las situaciones planteadas por Hollywood, como un horizonte en retirada pero que miramos con cierta nostalgia, sino que también hay ya programas dedicados a demostrar la mentira de las hazañas que vemos en el espectáculo (mythbusters, etc.). Nuestro mundo desencantado, con todo lo bueno que tiene, también nos ha dejado desprotegidos frente a una realidad vacía –echemos un vistazo a las teorías de física cuántica y los intentos de volverla una forma de espiritualidad. El efecto producido es sumamente interesante: El fundamentalismo contemporáneo apela mucho más a la ciencia de cuanto lo haga una fe crítica –por ejemplo, en el caso de los negros, se buscaba demostrar su inferioridad en su anatomía, en datos objetivos; lo mismo ocurre con la homosexualidad; al opuesto, los nazis pretendían cierta superioridad biológica– pues a diferencia de la fe, el fundamentalismo, al igual que la ciencia, pretende saber. Ante el saber, no hay alternativa

Las formas de dominio se vuelven cada vez más sofisticadas, y a la vez, muestran sin recelo su aire cínico. Por ejemplo, asistimos a la difusión casi epidémica de una infinidad de "razones" para vivir que no tienen nada de razones: se trata de pequeñas alegrías, de detalles, de gestos, todos ellos de talante afectivo y de índole meramente emocional. Casi podríamos decir que se trata del teatro de las emociones: lo que nos decimos o dejamos sentir para no enfrentar la dureza de la realidad. Dichas formas de belleza no son para nada despreciables, pero así como son accesos a lo bello, también están marcadas por su carácter efímero y frágil. No por nada un imperativo de la época es darse el tiempo para buscar esos momentos o cosas "todos los días" (¿A quién no le han llegado infinidad de imágenes y mensajes con esa tónica?). No obstante, ¿no parece una lógica de subsistencia? El afán de recomenzar cada día con nuevos ánimos no cambia nada el hecho de que lo que resulta intolerable, lo seguirá siendo cada día más... a menos que se haga algo. En otros términos, este cinismo optimista realiza un intento de equiparar la fe con la actitud. "Una buena actitud lo cambia todo, igual que la fe". No obstante, esto no es así. En el fondo sabemos lo que sigue estando ahí. A fuerza de repetirse frases motivacionales no se hace sino evidenciar la tremenda necesidad de que haya otro que nos sostenga, nos desee o aprecie, que posea la verdad que nos permita experimentar que existir vale la pena. Si alguien necesita de algo de motivación, es comprensible, pero en el fondo, la motivación es insuficiente. La actitud, que entra en escena como un subrogado del deseo, termina por ser expresión de la pretensión de omnipotencia típica de un estadio infantil: "si me tapo la cara desapareceré de la vista de los adultos". Con esto no pretendo negar los beneficios de plantearse frente a las situaciones de modo que la persona pueda afrontarlas, sino señalar sus límites y peligros. Aunque muchos podrían decir "ya lo sé, la actitud no lo puede todo", en el fondo opera un mecanismo cínico que nos limita precisamente en el espacio en donde los cambios podrían ocurrir: afrontar una pérdida en mí y de mí al afrontar una situación que vuelve la vida invivible, y en consecuencia, continuamos con la actuación. "Yo hago como que el mundo es distinto" y mientras el mundo me guiña un ojo.
Antiguamente se pensaba que la mejor manera de mantener al ser humano esclavo es que no note sus cadenas, pero, como también lo deja entrever Primo Levi, tal vez con cierta tristeza hoy en día nos conformamos con embellecerlas. Incluso la depresión que provoca este saber es maquillada. Saber que no hay alternativa es impotencia. Así, lo que sabemos es que preferiríamos no saber ("Hasta el más valiente de nosotros pocas veces tiene el valor de enfrentarse con lo que realmente sabe" afirmó Nietzsche). El sujeto que sabe, tanto como el que no quiere saber, se hallan en una condición de impotencia, así lo muestra el texto citado de Primo Levi.
Subsistir, etimológicamente, es, entre otras acepciones, estar debajo de, detenerse, hacer un alto... el sujeto subsistente contemporáneo de detiene, controla sus pasiones para no salirse del orden, o bien, simplemente ya no tiene fuerzas para ello.

El vivir como fidelidad 

Al inicio decía que la fe tiene que ver con otro y que ésta más que llenar vacíos los introduce. Ambas afirmaciones van de la mano. En primer lugar, la fe se da como parte de una relación de fidelidad. Lo importante a notar aquí, es que no se trata simplemente de un contrato, sino de una relación que introduce tiempo–incluso es explícito en el texto de Habacuc. Sin el factor tiempo que difiere la respuesta lo que tendríamos sería un mecanismo automatizado. El tiempo es el otro. Por algo tal vez ha sido el tiempo lo primero en sufrir un proceso de destrucción (desde el "no tener tiempo" hasta la impaciencia creciente en relación a la espera de respuesta, pasando por el aumento de la velocidad de producción). Mientras hay tiempo, hay otro. Políticamente hablando, el tiempo vivido en la Antigüedad confería cierta autoridad al adulto sobre el joven, hoy en día, esa distinción tiende a desaparecer –para bien o para mal. Obtener lo deseado de manera inmediata, la satisfacción total de manera permanente, la plenitud al máximo, no sólo son objetivos de vida, sino que su lógica implica llenar el vacío, el espacio donde cabría otro. La destrucción del tiempo es la realización del ideal de inmortalidad y omnipotencia que sintetiza el dominio sobre todo y sobre todos (aquí resuena la tentación del libro del Génesis: si comes de ese fruto, no morirás). De algún modo la experiencia de querer "vivir", de "vivir al máximo", de aprovechar toda oportunidad y tiempo, ¿no es una forma de exprimir el tiempo, o más aún de extirpar el vacío? 
Si la fe tiene que ver con otro, es porque nos expone a la impotencia: a la incertidumbre del cuándo de una respuesta, o incluso, de la respuesta misma. Por eso introduce un vacío, ese que no es sino el espacio para otro. A diferencia de la industria del vacío, la fe cristiana no pretender dominar al ser humano –aunque podría hacerlo si se usa la promesa de respuesta como medio para someter– sino introducir un espacio de no dominio. En efecto, Levinas define a la fe como «saber sin dominio». En este sentido, ante el saber del fundamentalista, que no sólo elimina toda alternativa sino que deriva en una especie de tragedia depresiva –saber y no querer saber como formas de la impotencia–, la fe aparece como una alternativa que parte de ese saber pero no como palabra última, sino como provocación para una ruptura. En el texto de Habacuc el grito del profeta denuncia la violencia, el estar al límite de lo insoportable. El profeta se sabe en el límite, en ese punto donde sólo quedará la destrucción del otro, y por ende, del ser humano (Primo Levi) o la posición de otro, como anhelo, como vacío, aún a costa de una parte de sí. Después de todo, cuantos apuestan por la justicia –que brilla por su ausencia– ¿no lo hacen a costa de sí, para que a través de ellos sea posible que ésa entre en el mundo? La fe introduce un vacío hospitalario en la existencia humana, un vacío de apertura y receptividad, pero que también exige apuesta y riesgo. La apuesta no tiene el rasgo del cinismo optimista, pues como fe, sabe que no tiene dominio sobre el otro. Lo único que tiene, es el espacio que puede hacer en sí mismo, para que el otro-justicia, otro-amor, otro-coexistencia, puedan hallar sitio en el mundo
Tal vez ya sabemos cómo funcionan las cosas en el mundo y cuál es nuestra situación. Tener fe como un granito de mostaza es acoger un vacío, dejar que en la propia vida habite una ruptura que haga frente a todo lo que ya se sabe. No porque eso signifique que se obtendrá el resultado esperado, sino porque es la relación de fidelidad la que hace que la vida no sólo sea subsistencia. Eso exige mantener la atención hacia ese vacío, hacia esa puerta que se espera un día se abra, pero es importante que el otro que se anhela sea uno que esté fuera del propio alcance. No como quien cree que si lo anhela lo suficiente lo obtendrá, pues eso nuevamente es dominio, sino como quien sabe que no lo obtendrá, o no del todo, sino como una gracia, un gesto que viene de otro. No sólo se vive de un vacío, sino que se es capaz de dar la vida en la apuesta por abrir ese vacío, por mantener abierta una puerta. Quien no pretende dominio no necesita mucha fe, ni mucha calidad, simplemente, es dejarse habitar por un vacío que engloba los anhelos de muchos, pues en términos bíblicos, la justicia no es, como el amor, sino un anhelo compartido. Así, la propuesta cristiana de vida, con sus tremendas apuestas, no es un acto de "fe ciega" e irracional, sino el gesto de quien sabe como está una situación y, aún así, se mantiene en fidelidad a eso que aún no tiene lugar en nuestro mundo. Sabe que no está en su poder, al menos no del todo, pero no por ello deja de amarlo. La vida, en términos cristianos, va de la mano de esa fidelidad al otro que está ausente o que no existe, a los nadies, a los que no-son. Nada de ilusiones banales o romanticismos pseudorevolucionarios, la fe es expresión de un saber muy real que, consciente de su poder y de su impotencia, es capaz de amar algo que lo excede aunque esto no sea sino del tamaño de una semilla de mostaza... Una resistencia de ese tamaño basta para evitar que cuanto oprime al mundo tenga la última palabra. Más que consumidor de deseos e ilusiones, o un crédulo ingenuo, el creyente cristiano tiene una experiencia muy lúcida y terrena de la situación, y así, de donde muchos esperan sólo la muerte, el cristiano se atreve a esperar la vida. Pues sólo alguien así puede atreverse a amar a su prójimo en vez de destruirlo o simplemente mantenerlo a raya mediante normas y leyes.
Aquello a lo que aspira el creyente cristiano implica siempre a otro, por eso ha de comenzar por hacer en sí mismo ese espacio para que pueda también a través de él, habitar nuestra historia y mundo, sin pretender dominarlo ni contenerlo. La fe «rompe»y desborda a quien la acoge, aunque sea por un instante pequeño como un grano de mostaza. Pero en esa ruptura, lo que entra en el mundo ya no sale fácilmente. No es posible vivir igual. La fidelidad a ese instante, a esa ruptura, a ese mundo nuevo que entró es lo que define la existencia. Bajo esa lógica no cabe la idea de heroísmo, la cual resulta bastante baja en comparación con la de fidelidad, pues mientras el héroe se mira a sí mismo, la fidelidad mira hacia el otro, o más aún, hacia eso otro que ha irrumpido y no cesa de alterar el mundo. No en vano tomarse en serio a Jesús es meterse en dificultades.
Sea que la vida tenga o no sentido, que sea o no un camino de la nada hacia la nada, la fe afronta sin temor ese saber y abre espacio a otro, a un exceso que sobrepasa ese saber. Así, la fe abre el camino para el amor mientras mantiene vigilante en la espera de su venida, y plasma esa espera como búsqueda con otros, búsqueda que puede tomar forma de justicia, de dignidad, de paz, de pan, en fin, de Reino de Dios.



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