viernes, 12 de julio de 2013

Jesús, el "pero" de Dios y del hombre


«Sucedió que por el “mismo” camino bajaba un sacerdote, el cual lo vio y pasó de largo. De igual modo un levita que pasó por ahí, lo vio y siguió adelante. “Pero” un samaritano…» (Lc 10, 31-33)

El samaritano entra a la trama de la parábola —y de la humanidad— precedido por un “pero”… (¡Bendito “pero”!) y esto no es sólo un recurso redaccional. Es una realidad a la cual intentaremos acceder a través del lenguaje. La conjunción adversativa “pero” indica que lo que está a punto de suceder es lo contrario a lo que había venido sucediendo.  Y es que desde que la parábola del buen samaritano —que sería la posibiliad de actuar movidos por la compasión en forma de un relato— fue expuesta a la humanidad, la indiferencia ya no es una opción (al menos no para el cristiano); es antítesis del Reino de Dios.  

Jesús, el "pero" de Dios

Necesitábamos un "pero" de Dios. Nos habíamos acostumbrado al dios que bendice a unos y maldice a otros. Da salud a unos y enfermedad a otros. Se "lleva a su lado" a los que queremos y deja de nuestro lado a los que no queremos tanto o a quienes nos hemos acostumbrado. Se nos metió en la cabeza ese dios que nunca se enfada de ser "alabado" y que tras infinidad de rosarios y plegarias voltea a hacernos caso. Era por lo tanto, un dios inalcanzable, lejano, indiferente. Necesitábamos que alguien que nos dijera: dios, pero... Y eso hizo Jesús: él mismo, es el "pero" de Dios, pues su vida y su acción solidaria es lo opuesto a ese dios indiferente, inalcanzable, lejano. Es decir, sin compasión, con minúscula: dios. Movido a compasión, con mayúscula: Dios. Sin compasión: padre. Movido a compasión: Padre y Madre. 

 Jesús, el "pero" del hombre

Y también es el "pero" del hombre, porque sin Jesús llevamos la historia por los caminos de la indiferencia. Y la compasión de Jesús revierte, subvierte y lanza la historia en otra dirección (I. Ellacuría). El “pero” supone el fin de la indiferencia e inaugura la posibilidad de una compasión no sólo reservada a la gente de religión, sino sobre todo al alcance de todos (Cf. Primera Lectura Dt 30, 10-14) Y es que la compasión no puede entrar a la trama sin dejar bien en claro que es, ante todo, algo radicalmente distinto... pero al alcance. Aunque sea diametralmente opuesto a como solíamos reaccionar frente al hombre herido del camino:  la lástima ya no será suficiente, las limosnas y colectas ya no bastarán, las marchas por la paz o por cualquier otro motivo social serán estériles si no mueven a bajarse de la cabalgadura ante el hombre herido. La compasión —desde su irrupción— ya no es un asunto de sentir nada más, sino un asunto de sentir-con-el-otro, sentir-para-el-otro, sentir-en-el-otro; solo así podremos reaccionar —momento práxico— a favor del otro, desde lo que es necesario en realidad, no desde lo que uno cree que es necesario.

Y de nuevo, necesitábamos ese “pero”: estábamos acostumbrados a sentir compasión desde nosotros y para nosotros –sea para ganar la vida eterna o cualquier otra recompensa– y, de nuevo, ese “pero” indica que la compasión ha de vivirse en otra dirección: para-otros, con-otros, en-otros.

Dos tipos de compasión

Podríamos distinguirlas cada una: 1) compasión desde y hacia mí y 2) compasión desde mí, hacia otro. Mi teoría es que sabemos que estamos en la primera, es decir, buscamos sentir compasión desde y hacia mí 1) cuando ésta supone un beneficio inmediato —desde la exención de impuestos hasta  ganarme la vida eterna, salvarme o salvar mi alma— y por lo tanto, 2) cuando la compasión se mueve dentro de mis propios círculos —cuando nuestro interés es convencer a otros de mi manera de ver las cosas, de mi partido político, de mi equipo de fútbol, de mi fe católica o mi ateísmo, de ganar adeptos para la Iglesia—.

La compasión desde mí hacia otro, supone un punto de partida y un punto de llegada concretísimos: mi propia humanidad, la humanidad del otro; o quizá la humanidad de la que todos somos parte, inclusive Dios en su Hijo Jesús kai ho logos sarx egéneto” (Y el Verbo se hizo carne) Jn 1, 14. La compasión desde mí supone un punto fijo, como un compás, que requiere puntear y perforar el papel para no moverse; pero que se abre y se ensancha para lograr dibujar la misericordia en horizontes nunca imaginados.

La compasión desde mí hacia el otro rompe, siguiendo la reflexión del “pero”, la idea del prójimo a la que estábamos acostumbrados a respetar: el otro es el que es de los míos, de mi familia, de mi Iglesia… El “pero” también supone el fin de una compasión hermética al dolor de los que están fuera de mi círculo. En el fondo, esa compasión solo hacia los míos es una compasión indiferente. Jesús, el "pero" de Dios y del hombre, rompe, fractura y hace obsoleta esa manera de reaccionar sólo hacia quienes me representan un valor objetivo y cualitativo.


La compasión desde el centro no tiene futuro

O al menos un futuro esperanzador. Toda vez que a nuestro deseo de cambiar al mundo sin cambiarnos del centro a los bordes le pongamos la etiqueta de “compasión”, el futuro no puede prometer nada. Y no se trata de tradicionalistas ni progresistas. No se trata de la religión, se trata de la Buena Noticia del Reino de Dios. Los bordes, ya sabemos, no sólo son los que no vienen a la Iglesia — ¡bueno fuera que sólo fuera eso!— sino ahí donde el ser humano es arrojado. Y además, donde se le indica que puede volver sólo si se ha convertido al reino del consumismo: si se bautiza, confirma, comulga y se casa con el afán de creer que será alguien si tiene dinero. Mientras esto no suceda son “los nadie” (E. Galeano) que irían al limbo del capitalismo.

Por eso, una compasión movida desde este centro, será siempre una versión barata y distorsionada de la compasión que Jesús introduce en la historia. Será una compasión ultrajada y expuesta en los espectaculares bajo premisas como: ¿Tiene problemas de crédito? ¡Nosotros lo ayudamos! Una pseudo-compasión… porque es hacia los bordes nada más, no desde los bordes. 

La del Reino, la de Jesús, es una compasión desde los bordes, desde las periferias: la trama del hombre no sucede en Jerusalén, sino en el camino a Jericó…Y es ahí, en el movimiento, donde la compasión —y la indiferencia— se mete a la trama de la parábola y de la humanidad. Por alguna razón la compasión y la indiferencia tienen lugar donde hay gente caminando: el que hace carrera —el evangelio habla de un sacerdote y de un levita indiferente, pero ya sabemos que no se limita sólo a lo clerical o religioso—para su propio beneficio, enriquecimiento  y empoderamiento de alguna manera está caminando. Pero también, caminar hacia los bordes y, además, desde los bordes, posibilita la compasión insólita a la que hoy se nos invita en esa consecuencia de un “pero” pronunciado en el momento adecuado, en el lugar adecuado, hacia el oyente dispuesto: «Anda y haz tú lo mismo» 

No hay comentarios:

Publicar un comentario