domingo, 16 de junio de 2013

Del poder a la condición de hijos...

Tres textos sobre el poder en su versión "patriarcal". 2 Sam 12,7-10.13; Gal 2,16-19.21 y Lc 7,36-8,3.
La resonancia de la crítica psicoanalítica freudiana y lacaniana de la relación con el padre resuena en los tres. El primer texto describe la "reprensión" de Yahveh para con David: éste no sólo cuenta con un tremendo poder que le ha sido dado, sino que se extralimita en su deseo y termina apropiándose de la mujer de otro hombre a la vez que ordena su muerte de forma encubierta, ya que se le manda al frente de guerra y luego se le abandona ahí… esas cosas "pasan" en la guerra. El texto se podría resumir en: "hay un límite". Del reconocimiento de ese límite viene la posibilidad del perdón.

El segundo texto incluye la crítica paulina a la pretensión de justificarse por el cumplimiento de la ley en vez de por la gracia recibida. El cumplimiento de la ley pertenece a los mecanismos de identificación con la autoridad, con el padre. Mientras más perfecto sea el cumplimiento, más es posible identificarse con ella hasta el grado de sustituir a la ley, al padre, es decir, volverse uno mismo la ley. El peligro de la justificación por la ley radica en el dinamismo de alienación por el que no sólo el sujeto se convierte en el detentor último de la ley, de cuanto determina la vida y a los demás, sino que en ese proceso él mismo se pierde, transformándose como decía Horkheimer, en un "ídolo sediento de sacrificios sangrientos". La justificación por la ley es la ilusión que conduce a la supresión del otro.

El texto del evangelio resume todo lo anterior en la figura del fariseo que, desde su condición de maestro de la Ley, se confiere la autoridad para definir quién es la mujer que aparece en escena (y que define como "pecadora") y quién es Jesús, a quien desconoce como profeta. Dicha situación refleja cómo la identificación con la ley pone al fariseo "fuera" de escena, en cuanto que a) no interactúa con nadie ni siente obligación alguna en los términos de la hospitalidad, y b) es incapaz de reconocer el deseo de la mujer, es decir mira sólo actos, pero no puede comprender nada. Es un administrador de conocimientos pero incapaz de comprender la vinculación de éstos con la vida. Su capacidad de razonar sobre casos funciona, mas no puede superar la separación entre ley y vida para poder captar su sentido.

Jesús no se arroga ningún poder por sí mismo, ni usurpa el lugar del padre ni elimina la ley. Él reconoce el deseo en la mujer y a la vez eso posibilita que él sea reconocido por ella. Ese mutuo reconocimiento liberador (que podríamos llamar fe) es el que habilita a Jesús y a la mujer para testimoniar un acontecimiento de perdón… fuera de los límites del poder la Ley.

La paternidad de Dios en Jesús no se asocia al uso de un poder inapelable, sino a la radicación profunda en la condición humana que se plasma como reconocimiento mutuo, como fraternidad. La limitación y finitud, la relación concreta y hecha real en el mundo social, son distintivas de la condición cristiana. La implicación de esta fraternidad, el duro y constante esfuerzo de referirse y reconocerse "unos a otros"… pues sólo lo gratuito, lo dado, recibido y realizado en gratuidad parece ofrecer un camino liberador… que en estos textos se le llamó perdón.
 

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