viernes, 7 de junio de 2013

ABC: "No llores"


X Domingo Ordinario
Lc 7, 11-17

Hace unos pocos días, hacíamos «memoria» de lo ocurrido hace cuatro años en la guardería ABC en Hermosillo, Son. En medio de las cenizas de aquel incendio que cobró la vida de cuarenta y nueve seres humanos, cada año no hace más que removerlas para avivar el clamor que aun espera “justicia”. Y esperamos no sólo la justicia humana, esa que creemos ir haciendo al margen del otro y que es hecha más bien a “nuestra imagen y semejanza”, según nuestros propios intereses, sino la justicia que brota de la compasión.

A primera vista, el “No llores” (Lc 7,13), parece descontextualizado. Suena más bien como un Dios que en realidad no siente nada ante el dolor, como cuando en una funeraria, al dar el pésame, dijéramos: “No llores, ya está con Diosito”, porque ¿de alguna manera creemos que, ese estar con Diosito anula el dolor, el desgarro, el corazón abierto y herido de muerte? El “No llores” de Jesús viene precedido por un dejarse conmover: “Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores»” (Lc 7,13) Solo desde la compasión se entiende el “No llores”, de otra manera, sería hueco y hasta insultante. El “No llores” de Jesús está como jaloneado de sus dos extremos por la compasión: en el inicio por la iniciativa compasiva de Dios que se acerca y en el fin por la reacción del hombre que acoge la compasión inicial y no hace otra cosa más que dejarla que suceda: que siga sucediendo lo que inicio Jesús.

Lucas hoy presenta, como en sintonía con nuestro clamor “ABC: no se olvida”, un cortejo fúnebre en una aldea perdida, Naím, como queriendo dar cuenta del dolor que acontece en las periferias, en las aldeas perdidas, en el anonimato. La viuda de Naím no es la única que ha existido. Sólo la fuerza subversiva del Evangelio saca del anonimato el dolor que no tenía eco, que no pro-vocaba nada. Solo ese Reino de Dios que Jesús mete a la historia puede hacer brotar, como ríos de agua viva, la justicia que nace de la compasión. 

Lucas da cuenta de una esperanza a punto de romperse, -si no rota ya- de quien lo ha perdido todo: una viuda a la cual se le ha arrebatado su único hijo. En rigor, la viuda no “pide explícitamente” que Jesús resucite a su hijo. Es Jesús el que ha “reaccionado” movido por algo que a veces esta muy ajeno a nuestra “justicia”: la compasión. Y es que, si Jesús invirtió tanto tiempo (90% de su tiempo, es decir 30 de los 33 años que se dice en los evangelios vivió Jesús en la tierra) en “aprender a hacerse hombre”, la reacción no pudo haber sido otra: conmoverse ante el dolor de la viuda. Hacerlo suyo, hacerlo propio, dejar que tuviera eco. 

Sólo desde la compasión real e historizada, se puede dar la orden de: “Joven, yo te lo mando, levántate”. No como una manifestación de poder, sino como fuerza que hace resurgir la esperanza rota, la alegría fracturada, la fe remendada. En todo caso,  hablaríamos mejor de “autoridad” en lugar de hablar de “poder”: la autoridad que nace de la compasión y que tiene por destinatarios primeros, aquellos que claman justicia. 

ABC no sólo evoca la tragedia del incendio, sino la tragedia de pasar inadvertidos ante el dolor anónimo de las periferias. Y el Jesús de Lucas “abre un camino nuevo”: el incendio no lo pudimos apagar, la justicia humana aun no la hemos podido realizar. Los cuarenta y nueve niños siguen vivos en nuestro mundo en tanto que podamos hacernos parte del relato de hoy, en tanto que podamos recorrer las aldeas perdidas, y reaccionar movidos por la compasión. El “nuevo camino” no será el de la indiferencia –ni mucho menos la que está “justificada” por Dios, como decir: no he tenido tiempo de ir a las aldeas periféricas o a los bordes, porque estoy muy ocupado (a) en la liturgia, en encontrar y señalar las aberraciones litúrgicas que se comenten y en “defender los intereses de Dios” –, sino el de la compasión que no puede desentenderse de la viuda de Naím ni de ninguna otra. La compasión que no se queda en la idea, sino que se hace historia concreta, gesto real, brazos abiertos, llanto compartido, pan partido, Dios-con-nosotros (ni siquiera “sobre-nosotros” ni mucho menos “contra-nosotros”): «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo» (Lc 7, 16)

ABC: “No llores” no es consuelo barato, es optar por el Reino de Dios, pudiendo no hacerlo. No es acallar el llanto – ¡paradójicamente! – sino llorarlo también, como Jesús, movidos a compasión. Pudiéramos seguir organizando marchas (siempre necesarias para que el clamor pueda pro-vocar y evocar) pero, según hemos visto, han resultado no muy útiles para la procuración de justicia. O pudiéramos, darle voz a los que no tienen voz: «El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre» (Lc 7, 15) Darle voz para que los cuarenta y nueve niños de ABC puedan “hablar” y entregarlos a sus madres, sería reaccionar movidos por la compasión, ante el dolor que no tiene eco en la procuración de justicia humana, pero que en la acústica del Reino de Dios, evoca y provoca. 

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