domingo, 21 de agosto de 2016

La puerta estrecha o la tarea de la crítica (para una teoría crítica desde el evangelio)

Las dos expresiones clave de las lecturas Hb 12,5-7.11-13 y Lc 13,22-30 «Corrección» (paidéia) y la «Puerta estrecha» apuntan hacia uno de los puntos más álgidos y frecuentemente más causantes de conflictos en la experiencia humana, en especial en el ámbito religioso: la tarea de la crítica

Por «tarea de la crítica» o simplemente la crítica entiendo la práctica que a través del pensamiento, de palabras y/o de gestos y acciones confronta, hace tomar conciencia de un realidad y que, por sus implicaciones, desestabiliza, responsabiliza, hace caer en la cuenta de lo que sucede, y así, trastoca la realidad. La crítica saca a la luz lo que se mantenía en la oscuridad y oculto, confronta las certezas endebles y afirmaciones fáciles, las soluciones inicuas y cómodas, las situaciones injustas e insostenibles. Por eso, la crítica exige a quien la realiza colocarse en una posición y lugar incómodos. Sea por el efecto que tiene sobre los demás, sea por la exigencia que cae sobre quien la realiza, realizar la crítica es exponerse también a ella. Este rasgo es típico de los profetas bíblicos (por ejemplo Jeremías, Amós, Oseas, conocidos por sus palabras duras y agudas, a la vez que por las repercusiones que tuvo su labor profética en su vida), y más aún, de la libertad cristiana, esa libertad que está al servicio del Reinado de Dios (y no del reinado de las autoridades eclesiásticas, ni de otras formas de tiranía religiosas y no-religiosas).

Crítica y conversión

Una precisión más es requerida en torno a la «corrección». En primer lugar, la "corrección" planteada por el texto de Hebreos, y me atrevo a decir que lo mismo aplica con la "puerta angosta" del evangelio, no es la de una ortodoxia que trata de meter en cintura a otro sacándolo de su error doctrinal (o de opinión) sino una corrección de praxis, un golpe crítico que favorece la conversión, o bien, una comprensión distinta desde el empeño por hacer un mundo más justo y habitable. En el contexto bíblico la ortodoxia de una fe se constata en su ortopraxis, esto es, la rectitud y pertinencia de una confesión de fe se constata en el mundo que ésta ayuda a construir (lo que no excluye, e incluso exige, una reflexión crítica, atenta, informada, comprometida). Así, tanto lo que se cree como lo que se hace no sólo no son menospreciados, sino que reencuentran su sentido, al menos en el caso evangélico, al ser orientados por el Reino de Dios. No obstante, la crítica implica que el sujeto que critica esté dispuesto a verse vulnerado también. No se es inmune a la crítica, y la autocrítica puede resultar insuficiente pues, sea la invulnerabilidad a la crítica, lo mismo que una autocrítica sorda no es sino supresión del otro, de los demás. De ahí que haya dogmatismos que pueden crucificar al otro en nombre de una fe, dogma o ideología, y relativizaciones que también terminan ignorando o anulando al otro. El monólogo de una ortodoxia autista o sorda se contrapone a ser «oyente de la Palabra», mientras que la heterodoxia indiferente o acrítica no corresponde a la capacidad de ser herido por el otro propia de la misericordia del "Buen samaritano". El espacio entre extremismos es estrecho. Es muy sutil la línea que separa fe y fanatismo, derrotismo y realismo, ciencia y dogmatismo, absolutismo y conciencia de la relatividad del conocimiento. Efectivamente, «la puerta es estrecha». La crítica es una puesta en juego de lo que es y de lo que hay, por ello va también en función de una conversión que haga posible el ser y el haber para todos.

En segundo lugar, la «corrección» mencionada por Hebreos no es sino una expresión de la crítica en la experiencia de fe cristiana, y esta crítica tiene un nombre muy concreto: conversión. No se trata de un mero ejercicio de perfeccionamiento moral, ni de identificarse con el ideal planteado por la Ley sino de un "movimiento de torsión" que redunda en una transformación del mundo. Esto se refleja en el hecho de que al animar a recibir la corrección/crítica del texto presenta como conclusión que hay que robustecer las manos cansadas y las rodillas vacilantes, así como andar por caminos accesibles a los debilitados y empobrecidos. No es, pues, la corrección de los buenos, sabios y fuertes hacia los malos, tontos y débiles, lo que sería hacer de la conversión una forma de poder, sino de una conversión a los más débiles y excluidos, a los últimos en términos evangélicos, a los últimos que serán los primeros. En pocas palabras, es una alteración de perspectiva y de prioridades. Acoger en la fe la dimensión crítica implica estar dispuesto a dejar tocar y afectar la propia vida, lo que se es, el cómo se vive. El primer ámbito a exponer a la crítica es la propia fe. Pues se corre el riesgo de convertirla en pretexto para la iniquidad, o para perderse en preguntas ociosas como la de cuántos se salvan, en vez de que dejar que nos lleve hacia los últimos, a ponernos en juego junto con ellos. La corrección/crítica nos convierte al otro, en especial a los últimos, invierte nuestro mundo.

La crítica: una puerta estrecha

En el evangelio, Jesús no responde a la pregunta sobre la cantidad de los que se salvan. La pregunta resulta no sólo tramposa, sino ociosa, desvía de lo importante. La respuesta apunta a otra cosa. Mientras la pregunta inicial presupone que hay un "filtro" para la salvación –por eso no todos se salvarían–, la respuesta asume esa figura de filtro al recomendar el «esfuerzo de entrar por la puerta estrecha». La puerta estrecha, la que exige esfuerzo es el filtro. Por un lado, no suprimir ni oprimir al otro, antes bien, hacerle lugar; por otro lado, eso no es posible sin pasar por el encuentro y compromiso con una realidad muy concreta y que por sí misma es crítica: la de los últimos, por eso, colocarse en su perspectiva, ubicarse solidariamente con los que quedan fuera, con los que son "desafiliados", excluidos, denigrados, es actividad crítica. No es posible limitarse al cambio de actitudes o a la mejora de relaciones interpersonales –lo cual es fundamental–, hay que apuntar también a las realidades estructurales.

La puerta estrecha que requiere esfuerzo no es simplemente una vida de mayor virtud, ni de éxito moral o emprendedurismo espiritual (hacer muchas cosas buenas o muchos eventos "espirituales"), sino adentrarse en un mundo que no permite seguir la vida igual, que exige tomas de decisiones difíciles –en cuanto que pone en juego nuestras prioridades, valores, modo y estilo de vida–. En efecto, lo que Jesús denuncia con su respuesta no es otra cosa que una vida religiosa, incluso simpatizante de Jesús, desvinculada de la labor de crítica social sea que sea cómplice de la corrupción o que simplemente se desentienda del mundo. Por eso llama a esas personas "religiosas", simpatizantes, "agentes de iniquidad". 

La crítica evangélica, un acontecimiento revelador

La crítica es una actividad de revelación: por un lado, la crítica es revelación de los mecanismos que hacen que el mundo sea como es, aquello que sostiene la injusticia, lo mismo que fundamenta nuestras pretensiones de verdad y de sentido. Este aspecto es terrible por cuanto tiene de iconoclasta, de romper imágenes y desgarrar estructuras. Por otro lado, es también revelación de otra posibilidad, de otra puerta, otros caminos, pues la crítica abre nuestros ojos a situaciones que requieren de cuidado y creatividad, imaginación y osadía, fraternidad y pensamiento. Por tanto, la crítica no es sólo un pensamiento, es también una praxis, un actuar: por eso hacer cosas como comer con pecadores y acogerlos no es sólo una forma de crítica del pensamiento religioso y social de la época, sino una práctica crítica que evidencia y pone en jaque todo cuanto justificaba una situación de opresión y exclusión, y que a la vez anuncia e inaugura un mundo nuevo.

La provocación a recuperar la dimensión y actividad crítica no va dirigida sólo a la comunidad cristiana, al catolicismo, sino también a una sociedad en la que las formas de la cultura contemporánea refuerzan cada vez más la eliminación de la capacidad/actividad crítica (Cf. Dufour, Benasayag, etc.), la cual no se reduce sólo a citar a otros, a desconfiar de instituciones, ni a puro pensamiento. Lo sucedido con los 43 estudiantes de Ayotzinapa, con periodistas y activistas asesinados o perseguidos nos muestra que la crítica es una actividad –y no sólo discurso– que en verdad nos pone en juego, y lo que está en juego es mucho... pero sobre todo, la crítica es fuerza que concretiza una esperanza.

Si la Iglesia desea ser fiel al evangelio, será importante no sólo que sea capaz de autocrítica y de exponerse a perder –efectivamente, y no sólo por retórica–, sino también de tomarse en serio la crítica que viene de otros... pues el evangelio es también llamada y exigencia de pensar con (el) prójimo...

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