domingo, 22 de septiembre de 2013

“Padre, no podemos entender el catecismo con la panza vacía”

25 Domingo Ordinario
Lc 16, 1-13

Perdida, casi imperceptible como suele ser la intervención de Dios en la historia humana, a un lado de las vías del tren, una construcción a medio terminar es lugar de encuentro y de hospitalidad. Se trata de un cuarto sencillo, humilde —si por humildad recuperamos la etimología latina humus que significa tierra, al decir un cuarto humilde nos referimos a un lugar que está en la tierra, bien enraizado a lo terrenal como comer— que sirve de desayunador a muchos niños que viven en los bordes, allá por las vías del tren en el Maclovio

Se trata de los not-wanted, de los que sobran en la ciudad, de cuyas vidas se puede prescindir y hacer como si no existieran. Nos decían que un niño, le dijo al sacerdote misionero oblato de María Inmaculada que atiende esta comunidad: “Padre, no podemos entender el catecismo con la panza vacía”  ¿Cómo hablarles de Dios a los arrojados a los bordes? ¿Qué teología, qué sermón tiene sentido aquí?  ¿Qué chingados se puede decir sobre la justicia donde abunda la injusticia? Decir que la justicia es necesaria no es solamente un discurso vacío sino hasta insultante. Decir que Dios los ama con la panza vacía es la peor blasfemia. Como último recurso, el silencio. «Hablar de Cristo significa callar» (D. Bonhöeffer)

El silencio abrió la puerta al Evangelio.  Entendimos que evangelizar no es un asunto de recitar mecánicamente unos textos del Evangelio. Evangelizar a veces es callarse, mirar, conmoverse, reaccionar, volver a callar, hacer, recibir, amar.

Camino de regreso, pensábamos: «Imagínense que el obispo dijera: “Vamos a cerrar todas las parroquias bien ubicadas en las zonas y fraccionamientos ‘bien’ y vamos a abrir puras comunidades en las periferias. Si alguien quiere ir a misa, que vaya a los bordes, si no ¿pa qué ir?”» Reflexiones de jóvenes insensatos, imprudentes, revoltosos. Nos tomamos al pie de la letra eso que Francisco decía a los jóvenes argentinos en Río: «Espero líos en las diócesis».


«No se puede servir a Dios y al dinero»… y nos encantaría añadirle: «excepto en…» La propuesta seduce, invita, pide una opción, «pero toda opción implica un enfrentamiento» (González Faus) La propuesta no es la compatibilidad, sino la opción por unos y el enfrentamiento con otros. 

Hacen falta varias cosas en el desayunador: un refrigerador, abanicos, una lona para identificarlo... hacen falta mesas plegables, es decir, falta un altar, una mesa fraterna. Yo no se a dónde vamos como Iglesia mientras que sigan existendo altares costosísimos en algunas parroquias, y no haya mesas plegables donde la Pastoral Social de la Capilla de San Martin de Porres pueda darles de desayunar a los niños. Qué razón tenía Arrupe: «Mientras siga habiendo hambre en el mundo, nuestras Eucaristías de alguna forma serán incompletas». El asunto no se resuelve donando unas cuantas mesas, sino cuando decidamos ir a los bordes, vivir el ser crisitiano y ser humano desde los bordes. Otro cristianismo me parece que sería ridículo; sólo tiene sentido aquel que, siguiendo a Jesús (a él, unicamente a él, centralmente a él, radicalmente a él, apasiondamente a él) sepa caminar en la dirección que el evangelio traza: los últimos, los excluidos. 


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