III Domingo del Tiempo de Pascua
(30 de abril de 2017)
Un relato de rupturas fecundas
¿Cómo ha
sido posible que el sencillo gesto de “partir el pan”
permita a los caminantes
de Emaús reconocer al Resucitado
en el peregrino que ha caminado junto a ellos?
1. El texto de los discípulos de Emaús
es un relato de rupturas:
a) Los de Emaús han experimentado la ruptura de sus expectativas. Nosotros “esperábamos” que él sería el
libertador de Israel (Lc 24, 31) La tristeza de los discípulos se alimenta
de sus expectativas rotas. Jesús no ha sido el Mesías que “ellos esperaban”. No
ha sido un Mesías a la altura de sus expectativas. Ellos esperaban –y al
parecer encontraron o creyeron encontrar– en Jesús una liberación basada en el “poder”:
Lo referente a Jesús, el Nazareno, que
fue un profeta “poderoso” en obras y palabras delante de Dios y delante de todo
el pueblo (Lc 24, 19b) Pero la
forma de morir del profeta ha evidenciado más su impotencia, su no-poder. Por eso, los de Emaús se resisten a la
noticia de la Resurrección que las “mujeres” (las que no tienen poder) han
anunciado (Lc 24, 22-23) Por ello,
también resulta difícil para los de Emaús dar crédito a la Resurrección, pues hacerlo
sería aceptar que Dios ha reivindicado
la impotencia en la que ha muerto Jesús. El corazón de los Emaús es caos,
confusión, tristeza. Así sucede cuando se rompen las expectativas que nos hemos
construido sobre Dios, sobre la Iglesia, sobre la humanidad.
b) Los de Emaús han experimentado la ruptura de su fe como conocimiento que
impide el re-conocimiento. ¡Oh
insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas!
(Lc 24, 25) El peregrino interpela la fe bíblica de los discípulos. La fe, como
conocimiento, no basta. Como apuntan los comentaristas bíblicos, en realidad
Jesús no les dice nada nuevo, sólo empezando
por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre
él en todas las Escrituras (Lc 24, 27) Pasajes que seguramente ellos ya
habían escuchado y conocían. Pero, hasta ahora, ha sido un conocimiento que impide el re-conocimiento. En nuestra comunidad
eclesial muchos sabemos mucho, pero nos cuesta dejar que ese conocimiento
(bíblico, teológico, pastoral, catequético) nos lleve a re-conocer al Resucitado en los peregrinos que salen a nuestro
encuentro.
2. Tras la ruptura, hay algo que
emerge, que renace. No se trata de romper por romper. Se trata más bien de
estar atentos a lo que la ruptura permite re-conocer. Son rupturas fecundas por
que de ellas nace algo:
a) Las expectativas que se rompen
permiten que nazca la esperanza:
mientras las primeras no se rompan, mientras no estemos dispuestos a romperlas –como
el pan que se parte– o a dejar que el peregrino de Emaús la rompa, la esperanza
no puede crear historia. La expectativa de los discípulos les hace esperar sólo
para ellos. Desde la esperanza, corren a Jerusalén a anunciar a otros.
b) La fe como “solo conocimiento” (de
unos dogmas, de contenidos catequéticos) que se rompe permite que surja la fe
como conocimiento que apunta al
re-conocimiento. Es la fe que hace “arder el corazón”. Los conocimientos
bíblicos de los de Emaús no han sido suficientes. Necesitan una clave de
lectura, necesitan algo más. Jesús se las ofrece: la necesidad de padecer. La necesidad de partirse, de entregarse,
de darse. La fe como conocimiento no es suficiente, necesitaríamos acercarnos a
los relatos bíblicos, desde nuestras propias rupturas, desde nuestras entregas,
desde nuestra disposición a vivir descentrados de nosotros mismos.
¿Cómo ha sido posible que el sencillo
gesto de “partir el pan” permita a los caminantes de Emaús reconocer al
Resucitado en el peregrino que ha caminado junto a ellos? Ahí donde las
expectativas se rompan, ahí donde la fe como simple conocimiento se fracture,
ahí donde algo de mí sea capaz de partirse (y darse)… ahí se reconoce al
Resucitado.